El rey se ha enfadado, y las imágenes de la cumbre latinoamericana y su «¡¿Por qué no te callas?!» dirigido a Hugo Chávez, son ya, un día después, un icono y un eslogan del mundo globalizado que habla en castellano.
No me interesa señalar el fondo de la discusión.
Me interesa un rey que se enfada.
El enojo es una emoción socialmente calificada como negativa; como, por ejemplo, el miedo, el resentimiento o los celos. No está bien visto enojarse, y menos en público. La distancia irónica, el sarcasmo o la indiferencia están mejor vistos hoy en día. Pero lo cierto es que nos enfadamos. Ah, no conviene confundir la inteligencia emocional con la hipocresía social. El rey ha expresado su enfado. Y lo ha hecho como lo haría cualquier español en una situación doméstica. Con una frase que le salió del alma.
Por cierto, los leoneses identificamos muy bien ese «un momentín», leonesismo lingüístico que, acompañado de un gesto, le dice Zapatero al rey.
Tal vez el rey esté tenso. Le insultan en blogs, le queman en efigie y se le pone en contra la derechona. Ya EL PAÍS, el día que inauguraba diseño, contó la bronca que tuvo en un almuerzo en el palacio real.
El definitiva, Juan Carlos ha expresado su enfado sin muchas cortapisas.
E.M. Forster habló de los personajes "redondos", y Robert Mckee dice en El guión que nos fascinan los personajes que tienen "dimensión" porque son contradictorios, más humanos, más cercanos.
El personaje «rey de España», el tótem de una tribu globalizada, al cabrearse se humaniza. Y seguro que ha elevado su popularidad entre una mayoría -no todos, claro- de españoles. Un pueblo que, como él, también se enfada.