
Es muy común en la lengua hablada utilizar el adjetivo posesivo en lugar del pronombre personal. En vez de "delante de nosotros", se utiliza "delante nuestro" o "delante nuestra".
¿De dónde viene este error que como un fantasma recorre el habla? ¿Es que nuestro afán de poseer recae también sobre los espacios y su situación con respecto al hablante? Vaya, eso sí que es voracidad y avidez.
El otro día un periodista dijo en la radio este otro horror: "El problema ha sido resuelta"
¿Qué hay de común entre estos dos tipos de gazapos, entre el "resuelta" y el "nuestra"?
No descarto las ansias posesivas de los primeros ejemplos, sino que las complemento con una explicación que, si me pongo estupendo (que me pongo), diré paradójica, por aquello de para doxan, o sea, contraria a la común opinión, o, para ser más precisos, la opinión emergente.
Los posesivos admiten género (mío o mía), mientras que las dos primeras personas del singular de los pronombres personales no lo admiten (de mí, de ti).
Como si las palabras tuvieran sexo y no género gramatical, el hablante duda: ¿la mesa está delante nuestro, si los implicados somos varones, o delante nuestra, puesto que es una mesa, y mesa es femenino? Claro, que lo femenino de mesa es el género gramatical y no el sexo. Yo aún no le he visto los encantos femeninos a las mesas, ni a las sillas, ni a las cerillas, ni siquiera a las razones, aunque no descarto en el futuro vivir una tórrida y desenfrenada relación con alguna de ellas.
El género ha sido el falso problema con el que se ha encontrado el periodista radiofónico. Acuciado por hablar correctamente en antena; preocupado por no discriminar ni a las mujeres ni a las mesas; impelido a hablar con ese absurdo "lenguaje no sexista y no discriminatorio", que en realidad lo sexualiza todo; presionado por el hembrismo emergente (hembrismo: delicia que leo en una de las columnas de Quim Monzó en La Vanguardia ) de ministras que dicen (¡y reivindican!) miembra; pues con todo ese batiburrillo en algún lugar de su mente, el bueno del periodista se ha visto en la automática necesidad de dotarle al "problema" (que si acaba en a será femenino, ¿no?), de una concordancia de género. Y así, "problema resuelta".