domingo, 17 de agosto de 2008

ESCRIBIR

Hay días sin ilustraciones, sin fotos.
¿Por qué escribir?
No se sabe muy bien por qué se escribe, o quien lo sabe no grita lo suficiente. Sábato y Vargas Llosa han escrito acerca de las motivaciones del escritor: sus duendes y fantasmas; el tema inevitable, que escoge al autor, y no a la inversa; la profunda rebeldía del escritor, que a través de las ficciones pretende llenar el abismo entre los deseos y la vida real...
Escribimos para expresarnos. Pero no escribimos exactamente para decir lo que pensamos, sino más bien, como sostiene Víctor Moreno, para saber lo que pensamos. Pensar y escribir resultan actos de la misma naturaleza. Se alimentan, se interrogan. Dialogan. Cambiemos, entonces, la pregunta. Más bien lo que quiero decir (o lo que pretendía decir al comenzar a escribir este artículo) no es por qué escribir, sino para quién escribir.
¿Qué haces escribiendo sin lectores, chico? Sólo para uno mismo, ¿es posible mantenerse en la escritura? No lo sé muy bien, lo dudo mucho. La escritura sin lectores corre el peligro de retorcerse, sarmentosa, sobre sí misma. Quién sabe si de ese palo seco brotará la viña. Valga la metáfora... Quién sabe si poco a poco habrá lectores, algún lector. ¿Lo mismo para el amor? ¿Tiene sentido amar sin ser amado? ¿Pensar en quien hace ya mucho tiempo que dejó de pensar en ti? Hace poco le decía a una amiga que me enamoraba todos los días, lo cual es como decir que no estás enamorado de nadie. Pero para mí, sin esa luz, esa proclama diaria, sin ese detonante, la vida tiene poco sentido. Y cuando el sentido de la vida comienza a vacilar, ¿qué hacer? Nadar o correr, en mi caso. Es decir, salir por piernas. ¿Huir? Y escribir, escribir.

lunes, 11 de agosto de 2008

DOMINGO 10 DE AGOSTO

A media tarde del domingo comprobé que no había nada tras los mensajes, las palabras, la llamada y la invitación del viernes por la tarde para vernos el martes. Hojarasca, capricho, vacío. Pura retórica. Un discurso sin contenido, tal vez un divertimento. Una isla deshabitada. Una más. Vuelvo a Bauman. En la sociedad moderna líquida, más valioso que aprender es olvidar. Ya he dejado los paquetes de té en mi cocina, he desenvuelto el libro de poesía del papel de regalo y acabo de cambiar el peluche.

Me fui a La Candamia, a pasear, a correr. Cuando volvía, ya casi de noche, cerca de los bares, caminando por un sendero en la hierba, vi a Angelina. Llevaba un carrito de bebé. Nos miramos y nos detuvimos. El niño no era suyo, sino de su hermano. Se parece a ti, le dije. Ella me dijo que no me recordaba tan alto, y que estaba muy morenito. Yo no le dije que ella también estaba morenita y muy guapa. Me alegro de verte, le dije, al despedirme. Ese encuentro con Angelina me salvó la noche. Esta semana pasada he estado reescribiendo la última versión de la Milonga, el relato basado en nuestra relación que escribí en junio de 2001. Siete años después, el día que la he visto, la noche de ayer domingo, con El imperio contraataca de fondo, he puesto el punto final. Ocho años después de nuestra historia. Haber visto a Angelina precisamente ayer me ha dejado una melancólica sensación de paz, de reconciliación. Me cuesta tanto sobrevivir en el mundo líquido, pasar página, ¿olvidar? Ayer ya no me temblaban las piernas, ya no me ha dolido verla. Sería lo que fuera, pero ella no es ninguna isla deshabitada. He soñado con Angelina esta noche. En un momento del sueño, ella, que iba y venía, inquieta, me ofrecía un regalo: una singular colcha, quizás de plástico, blanca y con dibujos, con la que me arropó.

Foto del rabilargo en http://villanuevadelasminas.galeon.com/cultura/fotografia/segura.htm