domingo, 15 de noviembre de 2009

IMBECILIDAD - El clown


El clown se muestra, se expone, se deja ver. Dice "aquí estoy yo".

El clown mira al frente, al público.

La historia no es importante para el clown; es sólo una excusa para mostrar su personaje.

Si una historia es ir de aquí hasta allí, conviene alargar un poco el recorrido. No contar las cosas rápidamente, sino detenerse en el camino y crear una tensión, una expectativa.

Que se rían de él es el triunfo del payaso. Y cuando encuentra algo que funciona, sea lo que sea, algo que hace reír al público, lo explota y lo sigue hasta el final.

El clown se mueve con decisión. Sus gestos son enérgicos y claros, tenga la edad que tenga y haga lo que haga.

El clown busca la manada. No sabe hacer nada, pero busca estar con los demás. Y cuando se aparta del grupo, lo hace para regresar enseguida.

El clown, el genuino imbécil, es egoísta. No le importan los demás si no es para conseguir sus propósitos. Persigue sus objetivos, que generalmente son muy simples.

Los demás son para el clown parte de su juego. Y, si algo sale mal, ¿quién tiene la culpa? El payaso apunta con el dedo: el otro, el otro siempre tiene la culpa.

La nariz del payaso es la máscara más pequeña del mundo.
Del curso de Pep Vila. En Tor, del 19 al 21 de Junio de 2009. Más información en www.imbecilidad.com

miércoles, 11 de noviembre de 2009

IMBECILIDAD - Una teoría sobre el origen del clown


Pep nos cuenta una teoría acerca del origen del payaso. Antiguamente, se tardaban varios días en montar un chapitó y todas las demás instalaciones de un circo. Por allí andaban unos tipos, unos mirones, los más tontos del lugar. Esos cretinos apenas sabían hacer nada. Estaban allí. Sin más. Miraban cómo trabajaban los del circo. Tal vez, podrían echar una mano y, sin demasiado esfuerzo, sentirse algo útiles...
En los antiguos circos, los caballos eran muy importantes. Pero después de las actuaciones, la pista quedaba hecha un asco. Entonces, al propietario del circo se le ocurrió contratar a alguno de aquellos imbéciles, de aquellos merodeadores que apenas sabían hacer nada. Les dio un cubo y una pala y les envió a recoger la mierda de los caballos. Entraban en la pista, torpes, y delante de la gente se chocaban unos con otros, se empujaban, se resbalaban, se marchaban con la pala al hombro y el cubo, siempre mirando con una mueca bobalicona al público que había comenzado a reírse de ellos. Se reía a carcajada limpia, mucho más que con el resto de números, porque quizás pensaba que aquellos personajes eran una pieza más del espectáculo. Aquello funcionaba. La gente se reía. No había que pensárselo mucho. El circo se fijó en ellos, valoró su éxito y les contrató. Después, otros interpretaron el papel de aquellos primeros imbéciles y el número se sofisticó mucho, pero ése pudo ser el inicio del clown moderno. Al menos, una de sus fuentes.
Las fotos de la serie Imbecilidad son de la fotógrafa mejicana Adriana Martínez, y las puedes ver en http://picasaweb.google.com/weritaranger