lunes, 11 de agosto de 2008

DOMINGO 10 DE AGOSTO

A media tarde del domingo comprobé que no había nada tras los mensajes, las palabras, la llamada y la invitación del viernes por la tarde para vernos el martes. Hojarasca, capricho, vacío. Pura retórica. Un discurso sin contenido, tal vez un divertimento. Una isla deshabitada. Una más. Vuelvo a Bauman. En la sociedad moderna líquida, más valioso que aprender es olvidar. Ya he dejado los paquetes de té en mi cocina, he desenvuelto el libro de poesía del papel de regalo y acabo de cambiar el peluche.

Me fui a La Candamia, a pasear, a correr. Cuando volvía, ya casi de noche, cerca de los bares, caminando por un sendero en la hierba, vi a Angelina. Llevaba un carrito de bebé. Nos miramos y nos detuvimos. El niño no era suyo, sino de su hermano. Se parece a ti, le dije. Ella me dijo que no me recordaba tan alto, y que estaba muy morenito. Yo no le dije que ella también estaba morenita y muy guapa. Me alegro de verte, le dije, al despedirme. Ese encuentro con Angelina me salvó la noche. Esta semana pasada he estado reescribiendo la última versión de la Milonga, el relato basado en nuestra relación que escribí en junio de 2001. Siete años después, el día que la he visto, la noche de ayer domingo, con El imperio contraataca de fondo, he puesto el punto final. Ocho años después de nuestra historia. Haber visto a Angelina precisamente ayer me ha dejado una melancólica sensación de paz, de reconciliación. Me cuesta tanto sobrevivir en el mundo líquido, pasar página, ¿olvidar? Ayer ya no me temblaban las piernas, ya no me ha dolido verla. Sería lo que fuera, pero ella no es ninguna isla deshabitada. He soñado con Angelina esta noche. En un momento del sueño, ella, que iba y venía, inquieta, me ofrecía un regalo: una singular colcha, quizás de plástico, blanca y con dibujos, con la que me arropó.

Foto del rabilargo en http://villanuevadelasminas.galeon.com/cultura/fotografia/segura.htm