jueves, 15 de enero de 2009

EL HOTEL Y EL REGALO A MEDIO ENVOLVER (Sueño)

Estoy en un hotel. Es curioso, porque es un hotel que se encuentra enfrente o muy cerca de mi casa, y no sé muy bien si me alojo de continuo o si sólo he pasado alguna noche, ni el motivo de mi estancia; tal vez un curso, un congreso, un trabajo.
Me marcho del hotel. Ignoro si tardaré mucho en regresar, o si, al contrario, mi despedida sólo será hasta mañana o incluso hasta esa misma noche.
Los empleados del hotel trasladan objetos desde el vestíbulo hasta un salón contiguo. Debe de celebrarse una reunión, y esos objetos embalados tienen toda la pinta de ser regalos para los asistentes. En un momento, me he quedado solo. He visto uno de esos regalos, a medio envolver, encima de una mesa. Es una especie de portarretratos de cerámica, compuesto de dos partes. No me resisto. Guardo en su envoltorio de cartón una de las partes, la otra la dejo y vuelvo a subir a mi habitación. Creo que no lo echarán de menos, y, en todo caso, cuando eso suceda, yo ya me encontraré lejos de allí. Nadie sospechará de mí, porque soy un cliente habitual.
Al llegar a la habitación me encuentro con otro cliente. Lo conozco. Viste un traje color crema, bien cortado, y sostiene en la mano varias copas. Va de un lado a otro, estornudando. Le pregunto qué tal se encuentra. Como una de las copas está casi vacía, presumo que ha bebido más de la cuenta. Debo de insinuarle algo en ese sentido, poque él lo niega con amabilidad. Le echa la culpa a la alergia.
Entro en la habitación. Ya está hecha. Sin embargo, hay algo extraño. Es una habitación con dos camas, y una de ellas ha sido recogida, plegada, y ahora es un sillón, situado cerca de la terraza, más allá de la otra cama. Pienso que han hecho bien, que sólo se utiliza una, y que no tiene sentido tener la otra allí al lado, estorbando. Aunque me era útil para apoyarme en el borde y descalzarme. En fin, ahora utilizaré el sillón. No será difícil convertirlo en cama al llegar la noche y volverlo a armar antes de abandonar la habitación, por la mañana. Así, mi invitada pasará desapercibida.
Dejo la habitación. Al salir al zaguán, ya no veo al conocido del traje color crema. El regalo a medio envolver está encima de una mesa. Qué imprudente he sido. Cualquiera que lo haya visto puede sospechar y descubrirme. No hay tiempo que perder. Debo abandonar el hotel cuanto antes. A esa hora ya debe de haber vigilantes en la salida. Guardo el regalo en una bolsa. No sé por qué me empeño en llevarme ese objeto que no me gusta nada; es bastante hortera, pero creo que a mi madre le gustará y, además, debe de haber costado lo suyo. Tiene más valor llevarse un objeto caro. Coloco en la bolsa un cuaderno, y otra bolsa de supermercado, arrugada, para disimular. Supongo que ni siquiera me registrarán. Con esa esperanza, aunque con precaución, me dirijo hacia las escaleras para abandonar de una vez por todas el hotel.

AL OTRO LADO, LA BATALLA (Sueño)

Libramos una guerra.
Avanzamos por un campo de escasa vegetación. El terreno es irregular, ondulado por continuas pequeñas colinas que nos impiden ver un horizonte donde se libra la batalla. En ningún momento vemos al enemigo.
Escuchamos las explosiones. El cielo es claro. Debe de ser primera hora de la tarde. No vamos vestidos con ropas de soldado. Somos varones y mujeres. Intentamos escalar una pared vertical, terrosa. Disparan. Son granadas, digo. Pueden ser de mano o lanzadas con mortero. Escuchamos el ruido, pero no vemos el lugar de la explosión ni saltar la tierra. Sabemos que no pueden herirnos, pero aun así, hay que escapar. Al trepar por la pared, nos resbalamos. Apenas podemos agarrarnos a los pequeños salientes vegetales que crecen en la pared roja y arcillosa.
Nos es imposible subir, así que nos refugiamos en una especie de casa abandonada y medio derruida.
Sentimos terror. Es un miedo cierto, pero informe, porque somos incapaces de verle la cara al enemigo. A la vez, repito, sabemos a ciencia cierta que nada malo puede sucedernos. Y, sin embargo, a pesar de la certeza de la impunidad, sentimos miedo, porque ignoramos cómo y cuándo saldremos del escenario de la batalla. Actuamos como los aspirantes ante un ritual iniciático. Conseguiremos pasar; también lo sabemos. Saldremos bien librados, pero desconocemos qué pruebas tendremos que superar, así como la exacta localización del enemigo invisible.

EN UN PEQUEÑO REFUGIO (Sueño)

Estamos refugiados en una casa pequeña, que es una especie de estación eléctrica, a las afueras de una ciudad.
Sufrimos un ataque o estalla una descomunal tormenta destructora. El ataque es demoledor y de una gran envergadura, quizá planetaria. Tal vez proceda de una fuerza extraterrestre.
Somos varios, entre cuatro paredes.
A través de algún medio de comunicación con el exterior nos damos cuenta de que estamos en la única estación energética que continúa en pie.
El ataque parece haber cesado.
Echamos un vistazo a través de los muros medio derrumbados y nos encontramos con una gran desolación: no queda piedra sobre piedra y sólo hay montones de cascotes. La ciudad a nuestro alrededor ya no existe.
Sólo debemos de existir nosotros, supervivientes de la destrucción. Todo ha sucedido con una gran rapidez. Nos preguntamos qué circunstancias o casualidades nos han salvado.
¿Por qué nosotros?
Ha debido de ser una nimiedad, un aspecto en principio intrascendente el que nos ha librado. Por ejemplo, un cable que hacía o no hacía contacto.
¿Qué haremos a continuación?