martes, 7 de abril de 2009

¿POR QUÉ PESAN LAS AUSENCIAS?

¿Por qué pesan más las ausencias, las no felicitaciones, los olvidos? Tal vez porque son más, son más numerosos los olvidos. Me han hablado de poses, a mí me hablan de poses, y del excesivo peso del pasado. Y yo hablo del cansancio, del hastío, de la náusea de los conflictos estúpidos, de todas esas microbatallas cotidianas de desgaste contra toda esa morralla de cobardes gilipollas, de cretinos con los que uno se ve obligado a ¿convivir? Una mierda de convivencia. ¿Quién puede extrañarse de que en ocasiones aflore la ira? Pon bajo presión a un hombre, un día, otro día, y luego no te quejes del zarpazo. Pienso ahora, por ejemplo, en Luis Leante retirando por las bravas una de las cámaras de seguridad que al parecer su directora del Instituto utilizaba para acosarle. Ah, el acoso femenino (no exclusivo de las mujeres, por supuesto; femenino no como el producto de las mujeres, sino como lo nocturno, lo traicionero, el disimulo...), la sutil e implacable y soterrada violencia femenina, que lleva camino de triunfar en esta sociedad de la apariencia, que ha convertido la violencia directa en violencia subterránea . Vuelvo al cumpleaños. Aún me duelen las ausencias, no vale de nada negarlo; algunas, sorprendentes, claro, porque duelen las ausencias inesperadas: ni una llamada, ni un mensaje, ni un sms. Y, entonces, surge un sueño: escapar, olvidar los nombres, las caras, olvidar los afectos y las ilusiones. Olvidarse de uno mismo y renacer en otro lugar donde a uno le dejen en paz, donde basten una o dos personas, donde abandonar el runrrún, el ruido de fondo que transporta estupideces sin cuento. Vaciarse. Sentir. Vivir. Aun con los años a cuestas sigo creyendo que eso puede ser posible en compañía, y que la soledad no es eterna. Aunque haya días que cueste tanto y tanto y tanto.