domingo, 20 de abril de 2008

IRINA PALM

¿Qué haría una mujer mayor, convencional, para salvar la vida de su nieto? ¿Se dedicaría a una actividad considerada deshonesta por la hipócrita sociedad biempensante?
Maggie sí.
Maggie hace pajas, y además muy bien; hasta tal punto, que crea el personaje de Irina Palm, un nombre que seduce a los clientes.
Maggie es ya una mujer mayor, una heroína moderna, como sucede, por ejemplo, en Les triplettes de Belleville, una estupenda película de animación donde una abuela cruza el charco para liberar a su nieto ciclista.
Las escenas de Irina Palm son cortas y concluyen en un fundido. Los diálogos son sencillos, directos, eficaces. Nada parece sobrar, como en las buenas narraciones. Y, algo muy importante, no explota hasta la saciedad la anécdota brillante que da origen a la historia, sino que el trabajo de Maggie desata otros conflictos: los que le enfrentan a su compañera, a su jefe, a su hijo, a sus amigas. Tal vez la relación con su mentora (Luisa, que le enseña a meneársela a los clientes en el cubículo que es su lugar de trabajo), se trunca demasiado pronto, y nos deja un sabor amargo. Pero no todos los cabos se pueden atar. Ni en la vida ni en las buenas películas, como Irina Palm.
Las interpretaciones son excelentes, realistas, contenidas, y la historia está muy bien contada, con una gran agilidad.
¿Sería posible una película similar en España? Se lo comentaba a Nely; que no me lo imagino, la verdad: el guionista tratando de hacerse el gracioso con chistecillos, los actores gesticulando sin parar y poniendo caras, subtramas que no vienen a cuento, la historia en clave de comedia bufa al alcance de Berlanga y pocos más...
Una película que le saca jugo a los contrastes. Una historia sobre la bondad. Porque la bondad es acción. La vida, que salta por encima de los prejuicios y sigue, feliz, su camino.

jueves, 3 de abril de 2008

VALERIA ALONSO

Un teatro en invierno. Una sala pequeña, universitaria. La obra, Boyfriend. Chicas en el escenario. Estás en las primeras filas. Sobre todo, te fijas en una de las actrices. Te cuesta apartar tu vista de ella. Incluso, lo intentas. Abstraído de la obra, valoras otros cuerpos, porque al fin y al cabo eres un hombre y te gustan las mujeres, y de manera un tanto idiota, de vez en cuando apartas la vista de la que más te gusta, porque has ido a ver una obra de teatro, no tías en pelotas, no seas tan superficial. Pero no puedes disimular. Eso es: una mujer que te gusta. Pocas veces está tan claro. Y regresas a ella, en esa sinfonía coral de mujeres actuando. Ah, claro, es argentina, su acento es argentino, descubres, y eso es muy, muy seductor. Perfecto para una actriz. Las chicas se cepillan la cuarta pared y bajan al patio de butacas. Ella, precisamente ella, te mira. Ya algunos espectadores emiten grititos, se agitan nerviosos, se oyen carcajadas. Son como niños, piensas. Lo piensas mientras ella no deja de mirarte. Te ha escogido. Y tú ya eres como un niño. De pronto, se abalanza sobre ti y pega sus labios a los tuyos. Sería mucho decir que te está besando. Pero, ¿qué otra cosa es posar sus labios sobre los tuyos? Se ha tirado sobre ti. Lleva un vestidito. Aprieta fuerte los labios. Supones, o lo has supuesto después, que lo hace para que alguno no se aproveche y le meta la lengua o la morree. ¿Qué haces con su cuerpo durante esos segundos? Le acaricias la espalda. Suda. Está deliciosamente sudada. Y le acaricias un trocito de espalda. Respira agitadamente. Quizás esté cogiendo fuerzas, piensas ahora, cuando escribes; quizás aprovecha ese momento para coger fuerzas, porque la obra, danza y teatro, requiere una buena preparación física, un buen estado del cuerpo. Cuando se levanta y se va, vuelves a ser consciente de las risitas de los de al lado, las carcajadas, el revuelo del patio de butacas.
Semanas después, por casualidad, la has visto en una serie de televisión que nunca ves. De golpe, en un par de planos, la has reconocido, y te has quedado con la boca abierta. Luego, has investigado un poco, conoces su nombre, algo de sus trabajos. Oh, sí, para parecerte a ti mismo perspicaz, te dices que ya pensabas que era mucho más que una chica bandera. Incluso mucho más que una chica que te gustó mucho. Nada más verla. ¿Cómo puede ser eso? Lo cierto es que fue así, que ella te escogió y ese beso te salvó. Salvó ese día, tal vez algunos días más, algunas tardes más. La has vuelto a ver hace un par de días en la tele, de promoción de la serie. Vestía de otra manera, de negro, no con aquel ligero vestidito. Pero su sonrisa y su acento eran los mismos. Los de esa mujer de la que no apartabas la vista en el pequeño escenario. Y vuelves a saborear su beso. De mentirijillas, es cierto, pero al fin y al cabo un beso de Valeria.