Maggie sí.
Maggie hace pajas, y además muy bien; hasta tal punto, que crea el personaje de Irina Palm, un nombre que seduce a los clientes.
Maggie es ya una mujer mayor, una heroína moderna, como sucede, por ejemplo, en Les triplettes de Belleville, una estupenda película de animación donde una abuela cruza el charco para liberar a su nieto ciclista.
Las escenas de Irina Palm son cortas y concluyen en un fundido. Los diálogos son sencillos, directos, eficaces. Nada parece sobrar, como en las buenas narraciones. Y, algo muy importante, no explota hasta la saciedad la anécdota brillante que da origen a la historia, sino que el trabajo de Maggie desata otros conflictos: los que le enfrentan a su compañera, a su jefe, a su hijo, a sus amigas. Tal vez la relación con su mentora (Luisa, que le enseña a meneársela a los clientes en el cubículo que es su lugar de trabajo), se trunca demasiado pronto, y nos deja un sabor amargo. Pero no todos los cabos se pueden atar. Ni en la vida ni en las buenas películas, como Irina Palm.
Las interpretaciones son excelentes, realistas, contenidas, y la historia está muy bien contada, con una gran agilidad.
¿Sería posible una película similar en España? Se lo comentaba a Nely; que no me lo imagino, la verdad: el guionista tratando de hacerse el gracioso con chistecillos, los actores gesticulando sin parar y poniendo caras, subtramas que no vienen a cuento, la historia en clave de comedia bufa al alcance de Berlanga y pocos más...
Una película que le saca jugo a los contrastes. Una historia sobre la bondad. Porque la bondad es acción. La vida, que salta por encima de los prejuicios y sigue, feliz, su camino.