domingo, 11 de noviembre de 2007

El enfado del rey

El rey se ha enfadado, y las imágenes de la cumbre latinoamericana y su «¡¿Por qué no te callas?!» dirigido a Hugo Chávez, son ya, un día después, un icono y un eslogan del mundo globalizado que habla en castellano.
No me interesa señalar el fondo de la discusión.
Me interesa un rey que se enfada.
El enojo es una emoción socialmente calificada como negativa; como, por ejemplo, el miedo, el resentimiento o los celos. No está bien visto enojarse, y menos en público. La distancia irónica, el sarcasmo o la indiferencia están mejor vistos hoy en día. Pero lo cierto es que nos enfadamos. Ah, no conviene confundir la inteligencia emocional con la hipocresía social. El rey ha expresado su enfado. Y lo ha hecho como lo haría cualquier español en una situación doméstica. Con una frase que le salió del alma.
Por cierto, los leoneses identificamos muy bien ese «un momentín», leonesismo lingüístico que, acompañado de un gesto, le dice Zapatero al rey.
Tal vez el rey esté tenso. Le insultan en blogs, le queman en efigie y se le pone en contra la derechona. Ya EL PAÍS, el día que inauguraba diseño, contó la bronca que tuvo en un almuerzo en el palacio real.
El definitiva, Juan Carlos ha expresado su enfado sin muchas cortapisas.
E.M. Forster habló de los personajes "redondos", y Robert Mckee dice en El guión que nos fascinan los personajes que tienen "dimensión" porque son contradictorios, más humanos, más cercanos.
El personaje «rey de España», el tótem de una tribu globalizada, al cabrearse se humaniza. Y seguro que ha elevado su popularidad entre una mayoría -no todos, claro- de españoles. Un pueblo que, como él, también se enfada.

martes, 9 de octubre de 2007

CORAZONES LISTINES


Sí, Susana, tal vez me lea el libro. Por lo menos la portada de la edición que veo en internet es sugerente: corazones de colores. Corazones inteligentes.
Regresar de un curso así es también una pequeña aventura. Adaptarse otra vez al ruido. Al de dentro y al de fuera.
Hemos vivido tres días en una burbujita.
Me ha recordado mi época más "cursillista": un curso de Derecho, y enseguida los demás de literatura, de cine y de teatro, durante varios años. En Ávila y en Santander, en La Magdalena. Quedan algunas fotos, algunas personas: la mayoría fueron flor de un día; algunas estuvieron un tiempo y se fueron. Antonio permanece.
Durante esos días en Lugo formamos una de esas comunidades de guardarropa de que hablan los sociólogos de la modernidad líquida. Llegamos a un lugar, dejamos la ropa en el vestuario y durante un corto tiempo experimentamos emociones que nos han hecho creer que compartimos algo importante. A continuación, recogemos nuestra ropa y cada uno se va por donde ha venido, a otra parte o a la soledad, porque no hacemos más que ir y venir y marcharnos.
Experiencias así ya las he conocido. Tiendo a decepcionarme. Por eso no pedí teléfonos, y el mío se lo di a quien me lo pidió, como a María. Sólo a ti te pedí tu dirección de correo. «Desde mi corazón», me dijiste. Ah, claro, eres la profe. Pero eso no basta, no hubiera sido suficiente. Ha habido algo más.
En Lugo y en el Hay Festival, unas horas en Segovia, he vuelto a estar en mi salsa, he vuelto a ver un rinconcito del territorio imaginario en el que me gustaría vivir.
Hacía mucho tiempo, años, que no me sentía con la capacidad de formar parte de algo. ¿Algo? Hum, bonita indefinición para un escritor, ¿eh?
Tal vez, Susana, haya sido tan sencillo como hacer cosas que me gustan, hablar en algunos momentos de lo que me interesa, lo que quisiera ser, al menos por un tiempo, por ese tiempo y en ese espacio compartidos... Y no tener que hacer el desayuno ni malcenar por ahí de tapas o solo en casa, por supuesto.
Ah, y en Lugo volví a hacer algo el payaso. Lo tenía arrinconado, ya casi ni me acordaba de mi vena histriónica, a la que di rienda suelta en las dramatizaciones aquí en León, y en La Magdalena, con Boadella, en días también inolvidables. No hay muchas posibilidades de hacer el payaso, en el mundo de insulsas máscaras que habito.
Así que, Susana, no prescindiré de tu voz ni de tu mirada.
Desde mi corazón.

sábado, 8 de septiembre de 2007

EL BARQUITO DE ZYGMUNT BAUMAN

Después del naufragio, vi un barquito y nadé hacia él.
Había un hombre en cubierta, fumando en pipa.
Al acercarme, qué cosas tiene la vida, lo reconocí: no, no era una tía estupenda, era Zygmunt Bauman. Cansado de tanto nadar, le grité:
-¡Écheme una mano!
-Qué más quisiera yo -me dijo el hombre, sin apartar la pipa de la boca.
-Me he leído sus libros. Sé quién es, Sr. Bauman.
-Entonces, ya sabe lo que pasa -dijo con cierta melancolía-. Ésa es toda la ayuda que un sociólogo puede prestarle.
Yo tenía que seguir moviendo brazos y piernas y no perder la estela del barquito.
-¡¡Es que ya estoy harto!!
-Pues yo no lo veo tan mal. Aún flota -dijo Bauman.
-Ya -dije, mosqueado-, pero usted está aún mejor.
-Puede ser. A veces vienen visitas al faro.
Desde luego, era un hombre con sentido del humor. Se burlaba o chocheaba.
-¿Al faro, Bauman? Al barco, querrá decir.
-No se confunda. Esto no es un barco, es un faro.
Tardé algo en reaccionar. No pegaba que aquel caballero octogenario me tomara tanto el pelo.
-Pues no parece un faro. A ver dónde están las luces.
-Oh, no hacen falta, ya le dije que está confeccionado con mis obras.
-Ya, que sus obras son la luz que nos guía, ¿no? Pura metáfora.
-Más o menos -se rió, echando una larga bocanada de humo.
-Pero no me convence, Bauman. Vamos a ver, un faro está quiero, en tierra firme, y usted también se mueve, también está a merced de este inestable liquidillo.
-Ah, ¿pero no me ha dicho que ha leído mis libros?
-Bueno -reconocí-, sólo dos. Pero creo haberme enterado: la modernidad líquida, la vida líquida, el amor líquido... Vamos, el paraíso de los vendedores de licuadoras
-Veo que me ha entendido perfectamente. Lo digo por los vendedores de licuadoras -y soltó unas risitas-. Ya no hay tierra firme, ya no hay faros como los de antes. O eso parece. Yo digo lo que hay, le pongo nombre, lo describo y doy pistas. Por cierto, ¿no se cansa usted de tanto bracear?
-Y que lo diga.
-¿Ha echado lastre? No se olvide de que el lastre es fatal para el mundo líquido.
-¡¡Pero si ya estoy desnudo!! -grité, se me escapó una carcajada y tragué un buchito de líquido. Bauman se frotó la cara.
-Hum, olvídelo, entonces. Olvide que está desnudo. Ya sabe, para mantenerse a flote hay que soltar lastre y olvidar lo aprendido para aprender nuevamente y volver a olvidar y así.
-Ya, se dice bien.
-Cambie de estilo -dijo, asomando la calva por la borda del barquito o del faro.
-Pero, ¿no ve que no se puede aprender y olvidar y volver a aprender y todo eso, en estas condiciones, hombre?
-Ah, hay otros que están en condiciones peores. ¿Ve esas cosas que flotan por todos lados?
-Claro que las he visto, he intentado no tragármelas.
-Basura. Lo que no sirve, basura. Y no me refiero sólo a los desperdicios sólidos, como podrá suponer.
-Ya, otra metáfora.
-Claro. Ojalá -suspiró Bauman.
-Bueno, sr. Bauman. Encantado de haberle conocido. Me ha servido de mucho. Por lo menos me ha explicado un par de buenas cosas.
Di un par de brazadas, y cuando volví la cara ya no estaba. Ni barquito, ni faro, ni nada. Sólo unas cuantas páginas flotando. «Buen viaje, Zygmunt Bauman», murmuré. Y continué braceando, probando estilos, a ver qué pasa.

* * *

Zygmunt Bauman es un sociólogo ya entrado en años, un judío polaco y cosmopolita al que conocí a través de una entrevista en La Contra de La Vanguardia, y que me ha ayudado a comprender un poco mejor este loco mundo.
Modernidad líquida.
Es el concepto acuñado por Bauman para describir esta etapa de la historia.
Líquido es el adjetivo crucial.
Lo líquido es inestable y no permanece mucho tiempo en la misma forma.
Para Bauman, «la sociedad moderna líquida es aquella en que las condicionesde actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas».
El caldo de cultivo fértil y apropiado para la liquidez es la sociedad de mercado y de consumo (ojo, no sólo la economía, sino la sociedad) y la globalización.
Y esa sociedad líquida conduce a una vida líquida que nos afecta a todos y que ha modificado nuestro comportamiento, especialmente en las últimas décadas.
Nada escapa a la liquidez. Líquidas, inestables y mutables son tanto las relaciones laborales como la cultura y el amor.
Son muchas las ideas recogidas en los libros de Zygmunt Bauman. Ahí van sólo unas pocas frases, extraídas de Vida líquida :

VIDA LÍQUIDA
(...) la vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante (...) es una sucesión de nuevos comienzos, pero, precisamente por ello, son los breves e indoloros finales los que suelen constituir sus momentos de mayor desafío.

Entre las artes del vivir moderno líquido y las habilidades necesarias para practicarlas, saber librarse de las cosas prima sobre saber adquirirlas.

¿ESPIRITUALIDAD?

Inspirándose en parte en la descripción que hizo Joseph Brodslky de sus contemporáneos -acomodados en el plano material pero empobrecidos y famélicos en el espiritual; hartos, como los habitantes de la Eutropia de Calvino, de todo aquello de lo que ya han disfrutado hasta el momento (el yoga, elbudismo, el Zen, la contemplación, Mao) y, por consiguiente, prestos a adentrase (con la ayuda de la última tecnología, por supuesto) en los misterios del sufismo, la cábala, o el sunismo para robustecer así susd ecaídas ganas de deseo-, Andrzej Stasiuk, uno de los archivistas más perspicaces de las culturas contemporáneas y de su descontento, elabora una tipología del «lumpemproletariado espiritual» y sugiere que sus filas crecen con rapidez y que sus suplicios se filtran profusamente desde arriba hasta saturar capas cada vez más gruesas de la pirámide social.

Alisado hasta formar un presente perpetuo y dominado por la preocupación por la supervivencia y la gratificación (se necesita gratificación para seguir viviendo y se necesita sobrevivir para obtener más gratificación), el mundo que habitan los «lumpemproletarios espirituales» no deja margen para preocuparse por ninguna otra cosa que por lo que pueda ser consumido y disfrutado en el acto: aquí y ahora.

La eternidad es evidentemente la gran marginada en este proceso. Pero no así el infinito: mientras dura, el presente puede estirarse más allá de todo límite (...) La velocidad, y no la duración, es lo que importa. A la velocidad correcta es posible consumir toda la eternidad dentro del presente continuo de la vida terrenal. Al menos, eso es lo que los «lumpenproletarios espirituales» buscan y esperan conseguir.

DEVORAR

La vida líquida es una vida devoradora. Asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e inanimados el papel de objetos de consumo: es decir, de objetos que pierden su utilidad (y, por consiguiente, su lustre, su atracción, su poder seductivo y su valor) en el transcurso mismo del acto de ser usados.

Los desechos son el producto básico y, posiblemente, más profuso de la sociedad moderna líquida de consumidores (...). Eso convierte la eliminación de residuos en uno de los dos principales retos que la vida líquida ha de afrontar y abordar. El otro es el de la amenaza de verse relegado a los desechos. En la sociedad de los consumidores, nadie puede eludir ser un objeto de consumo (...)

ANSIEDAD
La vida líquida significa un autoescrutinio, una autocrítica y una autocensura constantes. la vida líquida se alimenta de la insatisfacción del yo consigo mismo.

POLÍTICA

(...) la llegada de la sociedad moderna líquida significó la desaparición de las utopías centradas en la sociedad y, en general, de la idea misma de la«sociedad buena».

Incluso la nueva preocupación por los temas medioambientales debe su popularidad a la extendida percepción de la existencia de una conexión entre el mal uso predatorio de los recursos comunes del planeta y la amenaza que ello podría suponer para el desarrollo fluido de las actividades egocéntricasde la vida líquida.

La nula atención prestada a las condiciones de la vida en común impide la posibilidad de renegociar el marco que hace que la vida individual sea líquida. el éxito en la búsqueda de la felicidad (...) sigue viéndose obstaculizado por la propia forma en la que se realiza esa búsqueda (...) La infelicidad resultante añade motivación y vigor a una política de la vida declaros tintes egocéntricos; su efecto último es la perpetuación de la liquidez de la vida.

AMISTAD

En un escenario líquido, de flujo rápido e impredecible, necesitamos más que nunca lazos firmes y fiables de amistad y confianza mutua. A fin de cuentas, los amigos son personas con cuya comprensión y ayuda podemos contar en caso de que tropecemos y caigamos, y, en el mundo en que vivimos, ni los surfistas más veloces ni los patinadores más ágiles están asegurados frente a tal eventualidad. Pero, por otra parte, esos mismos contextos líquidos y caracterizados por el rápido fluir de los acontecimientos favorecen a quienes viajan ligeros de equipaje: si las condiciones cambian y obligan a moverse con rapidez para comenzar de nuevo desde cero, los compromisos a largo plazo y los lazos de los que resulte difícil desligarse pueden suponer una pesada carga, un lastre que debe ser arrojado por la borda. No se puede nadar y guardar la ropa al mismo tiempo y, sin embargo, eso es lo que el contexto en el que usted trata de conformar su vida le insiste que haga. Cualquiera que sea la decisión que tome, no hará más que acumular problemas.

EDUCACIÓN: APRENDIZAJE Y OLVIDO

Los misiles inteligentes, a diferencia de sus anteriores parientes balísticos, aprenden sobre la marcha. Por lo tanto, lo que necesitan que se les suministre al principio es la capacidad de aprender, y de aprender deprisa. Eso es obvio. Lo que ya resulta menos visibles, sin embargo, (...)es la capacidad de olvidar al instante lo que se ha aprendido con anterioridad.

(...) en el contexto moderno líquido, para ser de alguna utilidad, la educación y el aprendizaje deben ser continuos e, incluso, extenderse toda la vida.

Y las promesas -o la mayoría de ellas- parecen hacerse con el único fin de ser luego incumplidas o desmentidas, confiando en la brevedad del lapso de la memoria pública. No parece haber ninguna isla estable y segura entre tanta marea.

La «sociedad del conocimiento» «amenaza con provocar mayores desigualdades y aumentar la exclusión social».

BAUMAN, Zygmunt, Vida líquida (2006), Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica,S.A., Paidós Estado y Sociedad, 143
[IMAGEN: Zygmunt Bauman, por Gusi Bejar]

domingo, 2 de septiembre de 2007

ÁCIDO SULFÚRICO SOBRE UNA TRADUCCIÓN DE AMÉLIE NOTHOMB



La novela no me ha gustado mucho, la verdad. Nada que ver con aquella noche leyendo de un tirón Las catilinarias. Y si, además, la versión española contiene errores de traducción, menos. Varios errores, incorrecciones, distancian mucho de la historia. Extraña en una editorial como Anagrama, y en un traductor como Sergi Pàmies, uno de los cuentistas que más me gustan.

Entiendo que traducir no es fácil. Pero Pàmies es el traductor de todas las novelas de Nothomb publicadas en Anagrama, y además nació en París . ¿Comete incorrecciones porque su lengua literaria es el catalán? Hay quien sostiene que en Cataluña pasa eso, que las traducciones de los catalanes suelen ser cada vez peores. Yo siempre lo he puesto en duda por aquello de cierta catalanofobia, pero igual debo cambiar de opinión. Además, no es excusa. Anagrama debe de tener correctores. Juzgad vosotros estas tres cagadas:

Pág. 79 - «Tuvieron que empujarla para que andara

Pág. 127 - «Se produjo una auténtica mobilización de los medios de comunicación (...)»

Pág. 150 - «Los bienpensantes pensaban en voz alta (...)»

NOTHOMB, Amélie (2007): Ácido sulfúrico, Barcelona, Anagrama, Panorama de narrativas. Traducción de Sergi Pàmies.

UN AMOR, EL AMOR, JODER

Me preguntan si tengo un amor.
De acuerdo, querían decir una pareja, un rollo, algo similar. Pero me he quedado colgado de la palabra amor.
En El Banquete, de Platón, la profetisa Diotima de Mantinea le dice a Sócrates que el amor no es, como piensa, para la belleza, sino para engendrar y dar a luz en la belleza.
Y en Aprendices de las emociones, Norberto Levy sostiene la idea del amor como la energía que sustenta y hace funcionar el universo, aquello que cohesiona todo lo existente, y de lo cual nuestro amor humano es una participación, una valiosa experiencia del amor universal.
De entre todos los usos de la palabra amor, uno que nunca me ha gustado: hacer el amor. Debe de ser que tengo un alto concepto del amor para identificarlo con el sexo así, sin más. Puede haber amor en el sexo como puede haberlo en cocinar y en pasear y en trabajar y conversar con un amigo y cuidar de tu hijo. ¿Hacer el amor? Vacío, eufemístico. Lo considero una cursilada, aunque a veces no queda más remedio que emplearla para que no le tomen a uno por grosero. Pero prefiero joder o follar. Sonoras, contundentes, expresivas. Excitantes.
Un par de veces, dos mujeres me recriminaron que utilizara el verbo joder en un relato. No sé, les sonaba mal. Supongo, porque tampoco explicaron demasiado por qué no les gustaba.
A vueltas con el lenguaje y la dichosa, falsísima, dicotomía corrección/incorrección política.
Y, una vez más, se trata de engrandecer, elevar, idealizar y valorar una actividad (follar) con una especie de hipérbole, de mayúscula exageración (haciendo el amor). A mi modo de ver, se consigue lo contrario y se minusvalora el amor, el amor concreto y real, y se genera confusión sobre dos cosas distintas: amar y follar. Volveré sobre ello hablando de literatura (sobre las hipérboles literarias, por un lado, y sobre la buena literatura erótica, que habla de joder sin problemas).
¿Es mejor joder o hacer el amor? Hay gente que sostiene que es diferente, que una cosa es joder con cualquiera y otra muy diferente hacer el amor con la persona amada. Pero cuando les preguntas dónde está la diferencia, todo son vaguedades y contradicciones.
Follemos y dejemos el amor en paz, ¿no os parece?

lunes, 27 de agosto de 2007

ARTO PAASILINNA Y SUS DELICIOSOS SUICIDAS EN GRUPO


Desde que leí El año de la liebre espero con avidez la siguiente novela traducida y publicada en español del finlandés Arto Paasilinna.
Esta misma noche he terminado Delicioso suicidio en grupo, donde el providencial encuentro, un día de San Juan después de la resaca festiva, entre el director gerente Rellonen y el coronel Kemppainen, y la ayuda organizativa de la jefa de estudios Helena Puusaari, nos conducen a uno de los viajes literarios más deliciosos que he recorrido.
Finlandia es un país donde al parecer el suicidio es más que habitual, y Paasilinna novela ese tópico veraz de su país, como suele hacerlo en las novelas que he leído: con humor, con ironía, con una gran ternura y comprensión hacia las peripecias, los fracasos, las pasiones y las debilidades de tipos que se arruinan tratando de reflotar barcos imposibles o enseñando a los escurridizos visones acrobacias circenses.
Los personajes de Paasilinna, en esta y otras novelas, son marginales. Aúllan a la luna o siguen el rastro de una liebre o pasan el tiempo en una cabaña perdida cerca del Ártico. Pero en todos ellos, también en los desesperados y juguetones suicidas en grupo, late el pulso de la vida, la ilusión del amor, la esperanza que ofrecen las pasiones. Así que también esta novela se termina con una sonrisa, e inmediatamente con añoranza, y lo primero que hice al leer la última palabra fue comenzarla otra vez, porque no quería despedirme a esas horas de la madrugada de todos esos hombres y mujeres con nombres y apellidos llenos de vocales repetidas.
A ver si la editorial se da prisa y publica poco a poco toda la obra de Paasilinna, porque he visto que en francés ya tiene unos cuantos títulos más traducidos.
Ah, y otra cosa: además, Paasilinna, por lo menos en las fotos, me cae bien. Parece, simplemente, un novelista con gran experiencia de la vida. Nada más y nada menos que un gran tipo que escribe buenas novelas.
(Fotografía de Arto Paasilinna de Joël Saras -

sábado, 25 de agosto de 2007

JAIME ROSALES Y LA EXPRESIÓN DEL DOLOR

Jaime Rosales, director de cine (Las horas del día, La soledad) entrevistado el 19 de agosto en ElPaísSemanal: respuestas valientes, sensatas, lúcidas, radicales.
Habla de lo que no solemos hablar:
«El problema del sufrimiento es doble. Primero, porque como no estamos acostumbrados a compartir el dolor, estar con alguien que sufre es muy incómodo. Entonces, en lugar de apoyarlo, te alejas, y esa persona se siente más sola, sufre aún más. Y segundo, quien sufre, como sabe que si muestra ese dolor va a ser rechazado por el otro, no lo muestra. Los que sufren tienen esa herida por dentro. Nos cuesta mucho compartir lo que realmente importa».

La ocultación del sufrimiento es una tendencia social que Jaime Rosales detectó hace años en Estados Unidos, cuando comprobó que la gente comunicaba el dolor mucho mejor a los extaños que a los amigos.
Pero nada es casual, y esa tendencia, la justifiquemos como la justifiquemos, es una más de la sociedad de mercado en que vivimos.
El dolor no cotiza, es incómodo, no aporta nada en las relaciones sociales, no es un valor de cambio aceptable, no es competitivo ni adaptativo.
La consecuencia es que, por miedo a ser rechazados, ocultamos el dolor.
Y cuando el sufrimiento no puede ocultarse, nos alejamos de los demás, porque sabemos del rechazo. O lo decimos mucho después, con reproches, mal, sin destreza social y a destiempo.
Quien sufre, o quien sufre demasiado, más allá, en el tiempo o en la intensidad, de lo socialmente tolerable o presumible, quien no está de buen humor, molesta, acaba siendo un incordio, alguien que busca provocar lástima, etc.
A no ser que ese dolor sea estético, noticiable, en cuyo caso la conmiseración durará lo que duren los titulares de la noticia.
Por eso programas de radio como Hablar por hablar son un éxito. Se dice al viento de las ondas, a una pléyade de nocturnos desconocidos, lo que no puede decirse a un amigo.
Porque ahí, en las ondas nocturnas, muchas personas encuentran la oportunidad de hablar de lo que les importa, sin ser juzgados, sin la vergüenza que parece imponer la luz del día.
"No me vomites encima", oí una vez a quien adoptaba estas palabras como una divisa en su blasón cuando la conocí. Luego llegué a saber lo que para mí estaba cantado: ella llamaba "vomitar", en los demás, a su propia, gigantesca y acuciante necesidad de desahogo y de afecto.
De ahí ese doble dolor del que para mí con sorpresa Jaime Rosales se atreve a hablar en una entrevista: sufrir y sentirse culpable por sufrir.

GIORGIO Y MAGGIE EN EL SUPERMERCADO

No es Maggie, la bebé de los Simpson. Los carabineros han bautizado Giorgio al niño de dos años abandonado por sus padres en un supermercado, en Nichelino, al norte de Italia. No sé si a Giorgio también lo habrán pasado por caja y leído el código de barras. Como a Maggie, al comienzo de cada capítulo de los Simpson. Dicen las noticias que lo han abandonado sus padres. Tal vez no fueron sus padres. Tal vez no lo han abandonado. Igual estaba en una estantería del supermercado, como una mercancía más, como los cereales, los plátanos o el limpiacristales. Alguien lo vio, le gustó, valoró la relación calidad-precio y lo colocó en el carrito. Antes de pagar por él se echó atrás. ¿Demasiado caro? Seguro. Un niño es para toda una vida, y no están los tiempos para comprometerse demasiado. Además, es más que probable que el supermercado no acepte su devolución si no nos satisface la mercancía, es decir, un niño bautizado Giorgio por los carabineros.