lunes, 27 de agosto de 2007

ARTO PAASILINNA Y SUS DELICIOSOS SUICIDAS EN GRUPO


Desde que leí El año de la liebre espero con avidez la siguiente novela traducida y publicada en español del finlandés Arto Paasilinna.
Esta misma noche he terminado Delicioso suicidio en grupo, donde el providencial encuentro, un día de San Juan después de la resaca festiva, entre el director gerente Rellonen y el coronel Kemppainen, y la ayuda organizativa de la jefa de estudios Helena Puusaari, nos conducen a uno de los viajes literarios más deliciosos que he recorrido.
Finlandia es un país donde al parecer el suicidio es más que habitual, y Paasilinna novela ese tópico veraz de su país, como suele hacerlo en las novelas que he leído: con humor, con ironía, con una gran ternura y comprensión hacia las peripecias, los fracasos, las pasiones y las debilidades de tipos que se arruinan tratando de reflotar barcos imposibles o enseñando a los escurridizos visones acrobacias circenses.
Los personajes de Paasilinna, en esta y otras novelas, son marginales. Aúllan a la luna o siguen el rastro de una liebre o pasan el tiempo en una cabaña perdida cerca del Ártico. Pero en todos ellos, también en los desesperados y juguetones suicidas en grupo, late el pulso de la vida, la ilusión del amor, la esperanza que ofrecen las pasiones. Así que también esta novela se termina con una sonrisa, e inmediatamente con añoranza, y lo primero que hice al leer la última palabra fue comenzarla otra vez, porque no quería despedirme a esas horas de la madrugada de todos esos hombres y mujeres con nombres y apellidos llenos de vocales repetidas.
A ver si la editorial se da prisa y publica poco a poco toda la obra de Paasilinna, porque he visto que en francés ya tiene unos cuantos títulos más traducidos.
Ah, y otra cosa: además, Paasilinna, por lo menos en las fotos, me cae bien. Parece, simplemente, un novelista con gran experiencia de la vida. Nada más y nada menos que un gran tipo que escribe buenas novelas.
(Fotografía de Arto Paasilinna de Joël Saras -

sábado, 25 de agosto de 2007

JAIME ROSALES Y LA EXPRESIÓN DEL DOLOR

Jaime Rosales, director de cine (Las horas del día, La soledad) entrevistado el 19 de agosto en ElPaísSemanal: respuestas valientes, sensatas, lúcidas, radicales.
Habla de lo que no solemos hablar:
«El problema del sufrimiento es doble. Primero, porque como no estamos acostumbrados a compartir el dolor, estar con alguien que sufre es muy incómodo. Entonces, en lugar de apoyarlo, te alejas, y esa persona se siente más sola, sufre aún más. Y segundo, quien sufre, como sabe que si muestra ese dolor va a ser rechazado por el otro, no lo muestra. Los que sufren tienen esa herida por dentro. Nos cuesta mucho compartir lo que realmente importa».

La ocultación del sufrimiento es una tendencia social que Jaime Rosales detectó hace años en Estados Unidos, cuando comprobó que la gente comunicaba el dolor mucho mejor a los extaños que a los amigos.
Pero nada es casual, y esa tendencia, la justifiquemos como la justifiquemos, es una más de la sociedad de mercado en que vivimos.
El dolor no cotiza, es incómodo, no aporta nada en las relaciones sociales, no es un valor de cambio aceptable, no es competitivo ni adaptativo.
La consecuencia es que, por miedo a ser rechazados, ocultamos el dolor.
Y cuando el sufrimiento no puede ocultarse, nos alejamos de los demás, porque sabemos del rechazo. O lo decimos mucho después, con reproches, mal, sin destreza social y a destiempo.
Quien sufre, o quien sufre demasiado, más allá, en el tiempo o en la intensidad, de lo socialmente tolerable o presumible, quien no está de buen humor, molesta, acaba siendo un incordio, alguien que busca provocar lástima, etc.
A no ser que ese dolor sea estético, noticiable, en cuyo caso la conmiseración durará lo que duren los titulares de la noticia.
Por eso programas de radio como Hablar por hablar son un éxito. Se dice al viento de las ondas, a una pléyade de nocturnos desconocidos, lo que no puede decirse a un amigo.
Porque ahí, en las ondas nocturnas, muchas personas encuentran la oportunidad de hablar de lo que les importa, sin ser juzgados, sin la vergüenza que parece imponer la luz del día.
"No me vomites encima", oí una vez a quien adoptaba estas palabras como una divisa en su blasón cuando la conocí. Luego llegué a saber lo que para mí estaba cantado: ella llamaba "vomitar", en los demás, a su propia, gigantesca y acuciante necesidad de desahogo y de afecto.
De ahí ese doble dolor del que para mí con sorpresa Jaime Rosales se atreve a hablar en una entrevista: sufrir y sentirse culpable por sufrir.

GIORGIO Y MAGGIE EN EL SUPERMERCADO

No es Maggie, la bebé de los Simpson. Los carabineros han bautizado Giorgio al niño de dos años abandonado por sus padres en un supermercado, en Nichelino, al norte de Italia. No sé si a Giorgio también lo habrán pasado por caja y leído el código de barras. Como a Maggie, al comienzo de cada capítulo de los Simpson. Dicen las noticias que lo han abandonado sus padres. Tal vez no fueron sus padres. Tal vez no lo han abandonado. Igual estaba en una estantería del supermercado, como una mercancía más, como los cereales, los plátanos o el limpiacristales. Alguien lo vio, le gustó, valoró la relación calidad-precio y lo colocó en el carrito. Antes de pagar por él se echó atrás. ¿Demasiado caro? Seguro. Un niño es para toda una vida, y no están los tiempos para comprometerse demasiado. Además, es más que probable que el supermercado no acepte su devolución si no nos satisface la mercancía, es decir, un niño bautizado Giorgio por los carabineros.