La Asociación Colegial de Escritores de España me invita a acreditarme para el Congreso que se celebra en León. Media sonrisa: «¿Qué se puede esperar de una Asociación que me acredita como escritor...?» La acreditación, una cartulita en un plástico con un cordel, no sirve para nada; soy de los pocos que la deben de tener, y la guardo en el bolsillo. Un par de mañanas me acerco al Hostal, en el tiempo de descanso del trabajo. Estoy unos minutos, cojo el periódico...
En realidad, de Congreso, poco. Más bien unas cuantas conferencias, en torno al pensamiento y la literatura. «Esto no es el Hay Festival», deja claro Andrés Sorel en la presentación.
Voy a ver a Manuel de Lope, del que hace tiempo leí Shakespeare al anochecer, Los amigos de Toti Tang, Bella en las tinieblas... Conversa con otro escritor. Bien, una conversación relajada, con anécdotas. Un escritor con oficio. Aunque, asistentes al "Congreso", escritores, pocos. Juan Madrid, Gómez Rufo, etc. Éste habla de los derechos de autor, pero me lo pierdo. Me interesa. Dudas. ¿Qué es eso de "cultura gratis"? ¿Quién paga a los creadores? Aunque, ¿para qué intentar salvar una industria que sólo remunera al escritor el 5% del precio de un libro? Algo así como los tomates, los intermediarios que se llevan un pastón, el gran supermercado que marca sus pautas... Mucha culpa tenemos cuando escribimos gratis, en revistillas, periódicos... ¿Acaso un fontanero trabaja gratis? Dice De Lope que un escritor, cuando escribe, no desarrolla una actividad económica, en sí misma; lo hace "gratis"; pero cuando entrega su obra a un editor, esa obra ya adquiere un valor económico. ¿Y los escritores, viven del aire? Cuando escribimos gratis para llenar páginas de un periódico, ¿nos dejamos llevar por la vanidad? Si tenemos en cuenta que incluso muchos pagan sus ediciones...
José Luis Sampedro. Camina despacio, apoyado en un bastón. Habla con gran fluidez, es un buen orador. Sus palabras son claras, su voz es aún suficiente, denota entusiasmo. Lo veo unos cuantos minutos, porque el salón está lleno, a rebosar, y no he podido ir antes a coger sitio. Jorge Pascual me invita a que me siente en su silla, que está, me dice, en la segunda fila, con una chupa «como la tuya encima», me dice. Así que obtengo la anuencia de Neli y allá que voy, abriéndome paso entre la gente que está de pie, a la entrada, y camino por el pasillo, entre el auditorio, hasta que, oh, cielos, no veo ningún asiento libre en la segunda fila... Me desconcierto, pero con esa sangre fría que saco en ocasiones no sé de dónde, me paro, ojeo, y veo ahí, pero en la cuarta fila, esa silla con una chupa más o menos como la mía... Le susurro a la vecina del asiento libre que vengo de parte de Jorge. «¿Qué Jorge?», dice. Jorge Pascual, el poeta. Bien, se me abren los cielos y me siento a escuchar a Sampedro hablar de la libertad, que es como una cometa, que vuela y vuela, pero siempre que esté sujeta con una cuerda; para él esa cuerda es la responsabilidad. Y habla de partículas subatómicas y del zen y el vacío y la inmortalidad que no le interesa, y de esa parte de espíritu de la que todos participamos, y cuando me levanto y me voy, porque pienso que ya he escuchado lo suficiente y no debo hacer esperar a mi amiga, que se ha quedado leyendo el periódico, bueno, en ese momento no debo de pensar eso, la verdad, sino ahora que escribo siento agradecimiento hacia José Luis Sampedro por escribir La vieja sirena, porque su lectura, hace años, me devolvió, me recordó, me renovó, para ser más exactos, la alegría de vivir.
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