martes, 19 de mayo de 2009

LA TENTACIÓN DEL PUNTO Y FINAL

Más de un día me ha tentado acabar contigo, bitácora. Por lo que sé, tienes dos lectoras, dos mujeres que viven en ciudades distintas de la mía, y ninguna de ellas escribe nada. Lo cual agradezco. La lectura, digo. Pero precisamente por ello, surge la tentación de la autocensura, o que alguien piense que escribo con cierta intención, o que yo mismo piense al escribir en esas dos personas. Eso, en cuanto al alma que dejo a trocitos, porque de Campbell o de Bauman o de Tomeo, ni papa. Yo, al contrario que todos los líquidos que pululan por el planeta, creo en los finales y en las despedidas. Es decir, creo que es bueno despedirse, o por lo menos dar los intermitentes. Los intermitentes los damos cuatro, porque no es suficientemente líquido ni despegado ni posmoderno dar el intermitente. Es antiguo. Y para mí, que soy un antiguo, el que no da el intermitente es un hijo de la gran puta, diría, si no fuera por el profundo y romántico y masculino respeto que les tengo a las putas. Por eso, y por otras cosas, y porque las palabras no son mágicas, contrariamente a lo que ilusamente pensamos algunos de los que escribimos, ha llegado la hora de darte un respiro, bitácora, de dejarte a la deriva, o en cualquier isla de ésas tan literarias y tan soñadas. Islas en el vacío, llenas del aire del deseo y de los sueños, islas tal vez repletas de rincones y de guaridas.
Despidámonos con una canción que me viene al pelo y hasta la vista:
http://www.youtube.com/watch?v=qFg9OVEGUIg

sábado, 16 de mayo de 2009

LOS POETAS ESCRIBEN CANCIONES

¿Cuántas veces nos emocionamos escuchando una canción?

¿Y cuántas leyendo un poema?

¿Dónde están, entonces, los poetas? ¿Son esos tipos ególatras que escriben frasecitas que no entiende ni su padre, o los que escriben canciones, letras y acordes, con la pretensión, no de "hacer poesía", sino simplemente de componer una canción?

Esos poetas pedantes dirán que necesitamos estar preparados, cultivarnos, un entrenamiento, para entenderles. Es cierto. Es la misma pedantería insufrible de quien esculpe un morrillo y necesita de una larga explicación para que el público lo entienda. Arte conceptual, dicen. Pero las grandes obras, plásticas o literarias, no necesitan de largas explicaciones. Nos gusta Velázquez en sus Meninas, y luego ya podemos estudiar la composición, la atmósfera o lo que queramos. Gustará al que no está preparado y al erudito. Igual con el Quijote, y eso que Cervantes, al parecer, de la obra que estaba más orgulloso era del Persiles. Pero el Quijote se leía, en sus tiempos y ahora. Que los eruditos le saquen el jugo. Perfecto. ¿Escribe el poeta, esculpe y pinta el artista para el erudito, o para cualquiera? Con el truco de que hay que entender y prepararse, intentan que los demás pasemos por ignorantes. No dicen «esto me gusta o no me gusta por esto o por lo otro», sino «esto es bueno, esto es sublime, es genial, es...» o cualquier otra vacía hipérbole. Porque, si a nosotros no nos gusta, es que no estamos preparados, es que no hemos adquirido el lenguaje o no entendemos su propuesta o no sabemos descifrar sus códigos o cualquier otra vaciedad para hacernos quedar como ignorantes. Entiendo que a veces pueda ser así, que los gustos de las generaciones venideras no serán necesariamente los nuestros, pero desde luego no siempre, ni mucho menos tanto como se dice del arte contemporáneo.
Mis poetas de ahora están en Nena Daconte.

Conduzco, me alejo del mar, llevo en el maletero el peluche y el vestidito, la novela y las camisetas, el chocolate y la mermelada de arándanos, rojos y azules...

«Vivo queriéndolo todo y no tengo nada.
Tengo las horas contadas contigo
y no te lo he dicho.
Vine buscando mi suerte a este lugar.
Por eso, ahora no tengo adónde ir
(...) paparapara paparatirapapara...»

martes, 12 de mayo de 2009

LAS PALABRAS Y LOS ACORDES

Las cervezas y los pinchos morunos con Gabriela. Salir un lunes. Un lunes para salvar la semana. Un lunes para escuchar los cantos de los pájaros por La Candamia y Los Pinos, y el aguacero y los cielos cárdenos. Escribir, como llorar, temblando en el viento. Qué poesía hay en las canciones de Nena Daconte, en sus retales de carnaval, sus aleph, sus golondrinas y Sin ti:

«Seguirá pasando la luna por tu ventana. Seguirán pasando las cosas sin ti. Ya no pasarán las que hacen tanto daño. Y verás desde tu escaparate lo que fue de mí.»

El tiempo. Los gurús hacen apología del presente. Los mercaderes, más bien. No es el presente místico del que hablan, sino el presente de la publicidad. ¿No es el tiempo intemporal? Y siento que para casi todos los demás el pasado es una estación vacía de la que apenas se acuerdan, en la que no reparan, que no está viva y con gente y tráfico de miradas, sino inexistente, porque ese falso presente impone su ley suprema: nada fuera de su imperio. Ah, si el aire de esta noche ha sido fragante (aun en este norte el aire de primavera huele a frescor), estas noches siempre son fragantes. Eternamente. Perviven fuera o dentro o más allá o más acá de los relojes y la memoria. Los buenos escritores lo saben, y juegan a dioses humanos no burlando el tiempo, sino jugando con él, como el niño rehace castillos en la arena de la playa. Una y otra vez. Sin cansancio. El mismo castillo y distintas almenas con la misma arena. ¿He dicho los buenos escritores? Y los buenos panaderos y los buenos pescadores y los buenos y las buenas cualquier cosa. Este cuarto es de paredes amarillas. Es un cuarto pequeño y también infinito, y el ordenador es pequeño y también abarca cualquier cosa, y en mi mente está ella con su bebecito, y hoy al llegar a la cervecería no sé por qué he remedado un gesto suyo, y allí me espera Gabriela, y le hablo del vestidito y del camello azul y del mar y de la fabada y de las camisetas nuevas (rosa, morado, negro, rojo). Y en la madrugada las palabras y los acordes y el canto de las cigarras.

sábado, 9 de mayo de 2009

REGALOS

Después de la crisis del lunes, he intentado comprender, dar salida, metabolizar, no sé cómo decirlo, qué lenguaje es el apropiado para mis sentimientos y emociones de esta semana. Sueño, me despierto con un pequeño sobresalto, lloro, me entristezco, imagino.
He ido a ver el mar. He dado un largo paseo por el camino que hay entre los cerros, hasta la Providencia. Y en el centro comercial de Oviedo le he comprado al bebé un vestidito con florecitas de color rosa y un camello azul que, cuando le estiras el cuello, suena una canción, y hoy lo he enviado al correo, con un trocito de mi alma dentro.

LOS PECADOS GRIEGOS DE JAVIER TOMEO


Dice Javier Tomeo que convoca a los personajes en el espacio del papel en blanco (¿o de la pantalla en blanco?), y que luego ya ellos hablan y hacen un poco lo que les parece. Javier Tomeo tose con frecuencia, mira hacia la enorme puerta corredera desde donde la gente asoma, curiosea, pasa de acá para allá; le pita el móvil y nos pregunta cómo se para eso, a los tres espectadores o contertulios de la presentación de su última novela, Pecados griegos. Exactamente, dos y el presentador. Cuando ya llegan las siete, nos firma los libros, dibujando a Fedra y a Godofredo. Por allí hay niños curioseando las ilustraciones y los libros expuestos, poque estamos en una sala de exposiciones, una especie de pasillo grande. A Tomeo le gustan los niños. Yo siempre he creído, por las entrevistas y lo poco que he hablado con él, que es un tipo de una gran sensibilidad, que contrasta con su corpachón y sus facciones de boxeador. A una niña le dice: «¿A qué peluquería vas?». Y la niña le contesta que a ninguna, que las coletas se las hace su madre. Tomeo ha venido en un Talgo, muy cómodo, dice. Cuando salimos de aquel sitio inhóspito, que a Tomeo le cuesta, porque usa bastón y tiene que subir escaleras y no hay ascensor, otra niña, ya bastante más mayor, entra en el edificio con una bandeja y lo que parece una empanada. «¿Me das?», le dice Tomeo. Y la niña grande se vuelve, sonríe y se va, como yo, después de darle la mano al escritor.
(Fotografía de Javier Tomeo de Alberto Estévez, agencia EFE)