Dice Javier Tomeo que convoca a los personajes en el espacio del papel en blanco (¿o de la pantalla en blanco?), y que luego ya ellos hablan y hacen un poco lo que les parece. Javier Tomeo tose con frecuencia, mira hacia la enorme puerta corredera desde donde la gente asoma, curiosea, pasa de acá para allá; le pita el móvil y nos pregunta cómo se para eso, a los tres espectadores o contertulios de la presentación de su última novela, Pecados griegos. Exactamente, dos y el presentador. Cuando ya llegan las siete, nos firma los libros, dibujando a Fedra y a Godofredo. Por allí hay niños curioseando las ilustraciones y los libros expuestos, poque estamos en una sala de exposiciones, una especie de pasillo grande. A Tomeo le gustan los niños. Yo siempre he creído, por las entrevistas y lo poco que he hablado con él, que es un tipo de una gran sensibilidad, que contrasta con su corpachón y sus facciones de boxeador. A una niña le dice: «¿A qué peluquería vas?». Y la niña le contesta que a ninguna, que las coletas se las hace su madre. Tomeo ha venido en un Talgo, muy cómodo, dice. Cuando salimos de aquel sitio inhóspito, que a Tomeo le cuesta, porque usa bastón y tiene que subir escaleras y no hay ascensor, otra niña, ya bastante más mayor, entra en el edificio con una bandeja y lo que parece una empanada. «¿Me das?», le dice Tomeo. Y la niña grande se vuelve, sonríe y se va, como yo, después de darle la mano al escritor.
(Fotografía de Javier Tomeo de Alberto Estévez, agencia EFE)
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