jueves, 15 de enero de 2009

AL OTRO LADO, LA BATALLA (Sueño)

Libramos una guerra.
Avanzamos por un campo de escasa vegetación. El terreno es irregular, ondulado por continuas pequeñas colinas que nos impiden ver un horizonte donde se libra la batalla. En ningún momento vemos al enemigo.
Escuchamos las explosiones. El cielo es claro. Debe de ser primera hora de la tarde. No vamos vestidos con ropas de soldado. Somos varones y mujeres. Intentamos escalar una pared vertical, terrosa. Disparan. Son granadas, digo. Pueden ser de mano o lanzadas con mortero. Escuchamos el ruido, pero no vemos el lugar de la explosión ni saltar la tierra. Sabemos que no pueden herirnos, pero aun así, hay que escapar. Al trepar por la pared, nos resbalamos. Apenas podemos agarrarnos a los pequeños salientes vegetales que crecen en la pared roja y arcillosa.
Nos es imposible subir, así que nos refugiamos en una especie de casa abandonada y medio derruida.
Sentimos terror. Es un miedo cierto, pero informe, porque somos incapaces de verle la cara al enemigo. A la vez, repito, sabemos a ciencia cierta que nada malo puede sucedernos. Y, sin embargo, a pesar de la certeza de la impunidad, sentimos miedo, porque ignoramos cómo y cuándo saldremos del escenario de la batalla. Actuamos como los aspirantes ante un ritual iniciático. Conseguiremos pasar; también lo sabemos. Saldremos bien librados, pero desconocemos qué pruebas tendremos que superar, así como la exacta localización del enemigo invisible.

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