La gala de la magia. Una de mi citas favoritas. En esta ocasión, un par de fotos. Con Mara, esta preciosidad holandesa de Magic Unlimited. Una mujer Aries. Fuerza, erotismo, belleza, vitalidad. Según leo en su web, le pareció interesante que la serraran en dos, y ahí comenzó su aventura mágica. Aparece y desaparece. Seductora. Con la sonrisa de los magos. Una mujer para soñar.
Y otra de las grandes artistas de la gala. Li Junling. Belleza oriental. Me permito utilizar el tópico, para no describir cada uno de sus encantos. Le descubro gestos de agobio en la firma de autógrafos. Dando el tipo, disimulando el cansancio. La mujer que cambia de máscara en segundos y que a saber de dónde saca todas esas sombrillas de colores.
viernes, 31 de diciembre de 2010
lunes, 4 de octubre de 2010
BLANCA OTEYZA
Es la primera vez que espero a la salida de un teatro para ver a los actores. Bueno, la segunda. La primera fue hace años, a la salida del Emperador, para ver a Blanca Oteyza. Los hábitos tienen sus excepciones, y en mi caso esa excepción es Blanca Oteyza. Creo que la vi por primera vez en El principio de Arquímedes. Me gustan su sonrisa, su mirada, su delgadez, su naricilla. ¿Sólo porque se parece a una mujer de la que estuve enamorado? No sólo, porque Blanca Oteyza es para mí una mujer llena de encantos. Una mujer para enamorarse. Y una muy buena actriz, que domina varios registros y que transmite una gran fuerza en escena. El caso es que, en aquella ocasión, después de ver Hoy: el diario de Adán y Eva, me cansé de esperar. Ahora, animado por Yolanda, esperamos a la salida del Auditorio. Me siento un poco nervioso, la verdad. ¿Será por enfrentarme a una mujer que me gusta a rabiar? Puede ser. Y también por el pudor de acercarme a quien no conozco. Y porque no me gusta demasiado esa liturgia de las fotos. ¿Qué le puedo decir a quien no me conoce, cuando acaba de salir del trabajo? Pienso que los actores estarán cansados, hambrientos. Yolanda me dice que les gusta que les digas que han estado muy bien, y quizás tenga razón. Lo cierto es que me siento inquieto y aflora mi timidez. ¿Qué se puede decir, más allá del tópico, en un breve encuentro entre unos desconocidos? O tal vez no tanto. El público ha conocido, ha vivido, durante casi un par de horas un mismo espacio y una misma ficción con los personajes. El público que yo soy siente emociones. ¿Y el actor? Como dice el personaje en la obra, en una reflexión sobre el teatro, también el público está ahí y se hace presente durante la representación. Así que, un poco a mi pesar, con una mezcla de pudor y excitación, adopto el papel de público, del fan que busca individualizarse ante la actriz. Y le entrego el móvil a Yolanda, para plasmar la imagen buscada, la instantánea de unos minutos con una mujer tan hermosa.
sábado, 20 de febrero de 2010
EN FEBRERO EL SOL YA CALIENTA
...cuando sale...
Mi sueño de esta noche:
Un perro llega hasta mi antigua habitación. Lo espero para acariciarlo. Mimoso, se voltea para que le frote la barriga; como está algo sucia, con restos caramelizados enredados en el pelaje, me lo llevo a la bañera. Allí, en el baño, hay dos niños. Una parejita. Diminutos, pequeños juguetes, que se zambullen en el agua, en una bañera inmensa para ellos, surcada por otros juguetes y por oleajes espumosos. Yo vigilo su travesía y los izo a la superficie si se han hundido un instante.
En el centro comercial me aparto y me miro en el espejo. Me suelto el pelo. Mi cabellera es tupida y voluminosa, similar a esas pelucas grandes de los disfraces, que he visto en Carnaval. Me lo dejaré así, largo, sin domeñar. Cuando salgo al exterior me doy cuenta de que estoy en Estados Unidos. Hay poca gente. La mayoría habla en español. Camino al lado de un hombre que ha dicho unas palabras en español y que se dedica a abrir y robar coches, de la manera más natural del mundo. Simpatizamos. Tal vez me divierta, después de todo, con el ladrón de coches y mi pelo largo, en los Estados Unidos.
Mi sueño de esta noche:
Un perro llega hasta mi antigua habitación. Lo espero para acariciarlo. Mimoso, se voltea para que le frote la barriga; como está algo sucia, con restos caramelizados enredados en el pelaje, me lo llevo a la bañera. Allí, en el baño, hay dos niños. Una parejita. Diminutos, pequeños juguetes, que se zambullen en el agua, en una bañera inmensa para ellos, surcada por otros juguetes y por oleajes espumosos. Yo vigilo su travesía y los izo a la superficie si se han hundido un instante.
En el centro comercial me aparto y me miro en el espejo. Me suelto el pelo. Mi cabellera es tupida y voluminosa, similar a esas pelucas grandes de los disfraces, que he visto en Carnaval. Me lo dejaré así, largo, sin domeñar. Cuando salgo al exterior me doy cuenta de que estoy en Estados Unidos. Hay poca gente. La mayoría habla en español. Camino al lado de un hombre que ha dicho unas palabras en español y que se dedica a abrir y robar coches, de la manera más natural del mundo. Simpatizamos. Tal vez me divierta, después de todo, con el ladrón de coches y mi pelo largo, en los Estados Unidos.
sábado, 2 de enero de 2010
EL ABISMO DE LA NAVIDAD
Escribe Robert McKee que las historias nacen del abismo, allí donde se rozan los reinos de lo objetivo y lo subjetivo; o, en otras palabras, el abismo se abre cuando deseo y realidad no coinciden. Cuando el protagonista persigue un objetivo, hace lo que cree que le puede llevar al éxito, y en cambio la realidad se abre ante él para, no sólo frustrarle en su deseo, sino partir en dos su mundo y alejarle aún más y más...
El monstruo de la Navidad, con su ciclo casi interminable de fiestas, vísperas y celebraciones, es para mí el mayor abismo del año. El tiempo de los fantasmas. El tiempo del abismo que separa lo que más me importa y la realidad, mezquina, inclemente, insensible a mis gritos. El guionista ha vuelto a poner en marcha el mecanismo de toda historia, el abismo que se abre y se traga lo que has buscado con pasión. Siempre he convivido con la pérdida, a la que no me acostumbro. De muy niño, la muerte de mi abuelo; después, la separación de mis padres, para seguir con la muerte de mi primo, después mi abuela y la desafección de la poca familia que quedaba. Algunos años, fue el deseo de un cierto glamour, de un cierto encanto en Noche Vieja, siempre zarandeado por la abismales realidades. Llegué a comprar pequeños regalos que repartía entre una familia poco dada a las efusiones. Y me compré y leí con avidez aquel librito de autoayuda, para reaprender a disfrutar las fiestas... ¿Para qué? ¿Verdad que mi ingenuidad es mayúscula? No soy nadie sin mis sueños. ¿Quién quiere enseñarme a prescindir de ellos? Sin interlocutor, el dolor es soportable, claro, aquí estoy, pero a veces pienso que no puedo más, como antes de ayer, cuando volví a sentirme físicamente mal.
Gabriela y Aranella son de lo mejor de este año que ha pasado. Hay relaciones que ganan, que maduran con el tiempo, como sucede con Gabriela. Y Aranella ha nacido y ha estado ahí, donde le correspondía, ocupando su lugar preciso en mi vida, ni más allá ni más acá. Su llamada la tarde de Noche Buena merece un lugar de oro en mi corazón. Ésas son las actitudes que me ganan. Y, desde que la conozco, Aranella ha estado en ese círculo intermedio, tan valioso, poniendo orden en él, como la sensación de paz que sentí al regresar a casa, verla ordenada, con la ventana abierta, el libro en el sillón y la servilleta escrita, bien doblada.
El círculo de la pareja y del amor sigue vacío. Con los años, he aprendido a poner distancia entre yo mismo y mis opiniones. Pero no he conseguido el desapego de las emociones y los sentimientos, si es que una cosa así es posible. Por eso, quien desprecia mis sentimientos sabe herirme de verdad. Enhorabuena. Es tan fácil, tan sencillo. No se trata de la confrontación, ni de la discusión, ni siquiera del reproche. Se trata del menosprecio a aquello por lo que vivo, que me hace sufrir y esperanzarme y buscar el goce y llorar. Bien, ahí está mi talón de Aquiles. El que me hace volver a los libros, al vacío que no acierto a llenar, a no sé muy bien qué... Sólo espero que el abismo que me ha llevado a esta tristeza de hoy se lo lleve pronto la tormenta, que se funda con la nieve, que lo arrastre pronto el sumidero del olvido.
El monstruo de la Navidad, con su ciclo casi interminable de fiestas, vísperas y celebraciones, es para mí el mayor abismo del año. El tiempo de los fantasmas. El tiempo del abismo que separa lo que más me importa y la realidad, mezquina, inclemente, insensible a mis gritos. El guionista ha vuelto a poner en marcha el mecanismo de toda historia, el abismo que se abre y se traga lo que has buscado con pasión. Siempre he convivido con la pérdida, a la que no me acostumbro. De muy niño, la muerte de mi abuelo; después, la separación de mis padres, para seguir con la muerte de mi primo, después mi abuela y la desafección de la poca familia que quedaba. Algunos años, fue el deseo de un cierto glamour, de un cierto encanto en Noche Vieja, siempre zarandeado por la abismales realidades. Llegué a comprar pequeños regalos que repartía entre una familia poco dada a las efusiones. Y me compré y leí con avidez aquel librito de autoayuda, para reaprender a disfrutar las fiestas... ¿Para qué? ¿Verdad que mi ingenuidad es mayúscula? No soy nadie sin mis sueños. ¿Quién quiere enseñarme a prescindir de ellos? Sin interlocutor, el dolor es soportable, claro, aquí estoy, pero a veces pienso que no puedo más, como antes de ayer, cuando volví a sentirme físicamente mal.
Gabriela y Aranella son de lo mejor de este año que ha pasado. Hay relaciones que ganan, que maduran con el tiempo, como sucede con Gabriela. Y Aranella ha nacido y ha estado ahí, donde le correspondía, ocupando su lugar preciso en mi vida, ni más allá ni más acá. Su llamada la tarde de Noche Buena merece un lugar de oro en mi corazón. Ésas son las actitudes que me ganan. Y, desde que la conozco, Aranella ha estado en ese círculo intermedio, tan valioso, poniendo orden en él, como la sensación de paz que sentí al regresar a casa, verla ordenada, con la ventana abierta, el libro en el sillón y la servilleta escrita, bien doblada.
El círculo de la pareja y del amor sigue vacío. Con los años, he aprendido a poner distancia entre yo mismo y mis opiniones. Pero no he conseguido el desapego de las emociones y los sentimientos, si es que una cosa así es posible. Por eso, quien desprecia mis sentimientos sabe herirme de verdad. Enhorabuena. Es tan fácil, tan sencillo. No se trata de la confrontación, ni de la discusión, ni siquiera del reproche. Se trata del menosprecio a aquello por lo que vivo, que me hace sufrir y esperanzarme y buscar el goce y llorar. Bien, ahí está mi talón de Aquiles. El que me hace volver a los libros, al vacío que no acierto a llenar, a no sé muy bien qué... Sólo espero que el abismo que me ha llevado a esta tristeza de hoy se lo lleve pronto la tormenta, que se funda con la nieve, que lo arrastre pronto el sumidero del olvido.
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