Escribe Robert McKee que las historias nacen del abismo, allí donde se rozan los reinos de lo objetivo y lo subjetivo; o, en otras palabras, el abismo se abre cuando deseo y realidad no coinciden. Cuando el protagonista persigue un objetivo, hace lo que cree que le puede llevar al éxito, y en cambio la realidad se abre ante él para, no sólo frustrarle en su deseo, sino partir en dos su mundo y alejarle aún más y más...
El monstruo de la Navidad, con su ciclo casi interminable de fiestas, vísperas y celebraciones, es para mí el mayor abismo del año. El tiempo de los fantasmas. El tiempo del abismo que separa lo que más me importa y la realidad, mezquina, inclemente, insensible a mis gritos. El guionista ha vuelto a poner en marcha el mecanismo de toda historia, el abismo que se abre y se traga lo que has buscado con pasión. Siempre he convivido con la pérdida, a la que no me acostumbro. De muy niño, la muerte de mi abuelo; después, la separación de mis padres, para seguir con la muerte de mi primo, después mi abuela y la desafección de la poca familia que quedaba. Algunos años, fue el deseo de un cierto glamour, de un cierto encanto en Noche Vieja, siempre zarandeado por la abismales realidades. Llegué a comprar pequeños regalos que repartía entre una familia poco dada a las efusiones. Y me compré y leí con avidez aquel librito de autoayuda, para reaprender a disfrutar las fiestas... ¿Para qué? ¿Verdad que mi ingenuidad es mayúscula? No soy nadie sin mis sueños. ¿Quién quiere enseñarme a prescindir de ellos? Sin interlocutor, el dolor es soportable, claro, aquí estoy, pero a veces pienso que no puedo más, como antes de ayer, cuando volví a sentirme físicamente mal.
Gabriela y Aranella son de lo mejor de este año que ha pasado. Hay relaciones que ganan, que maduran con el tiempo, como sucede con Gabriela. Y Aranella ha nacido y ha estado ahí, donde le correspondía, ocupando su lugar preciso en mi vida, ni más allá ni más acá. Su llamada la tarde de Noche Buena merece un lugar de oro en mi corazón. Ésas son las actitudes que me ganan. Y, desde que la conozco, Aranella ha estado en ese círculo intermedio, tan valioso, poniendo orden en él, como la sensación de paz que sentí al regresar a casa, verla ordenada, con la ventana abierta, el libro en el sillón y la servilleta escrita, bien doblada.
El círculo de la pareja y del amor sigue vacío. Con los años, he aprendido a poner distancia entre yo mismo y mis opiniones. Pero no he conseguido el desapego de las emociones y los sentimientos, si es que una cosa así es posible. Por eso, quien desprecia mis sentimientos sabe herirme de verdad. Enhorabuena. Es tan fácil, tan sencillo. No se trata de la confrontación, ni de la discusión, ni siquiera del reproche. Se trata del menosprecio a aquello por lo que vivo, que me hace sufrir y esperanzarme y buscar el goce y llorar. Bien, ahí está mi talón de Aquiles. El que me hace volver a los libros, al vacío que no acierto a llenar, a no sé muy bien qué... Sólo espero que el abismo que me ha llevado a esta tristeza de hoy se lo lleve pronto la tormenta, que se funda con la nieve, que lo arrastre pronto el sumidero del olvido.
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