miércoles, 17 de diciembre de 2008
VALERIA BERTUCELLI
VALÉRIE DONZELLI
sábado, 22 de noviembre de 2008
LA DULCE ENVENENADORA - ILUSIÓN, GAZAPOS Y FINALES
Ahí, en el escaparate, el último de Paasilinna. Quiero leerlo el fin de semana, y esa misma tarde voy donde Paco, mi librero habitual. Miro y remiro en la mesa de la editorial gris y amarilla. Me oriento bien en las librerías, como otros lo hacen en las discotecas o en el bosque. Paco acaba de recibir las novedades y al fondo hay varias cajas por desembalar. Está cabreado, porque algunos ejemplares le llegan defectuosos. Le jode a Paco que traten los libros como si fueran ladrillos. Llega una clienta. Volveré al día siguiente, sábado, cuando Paco pondrá en mis manos La dulce envenenadora, el último de Paasilinna, aunque esto tiene algo de guasa, porque el finlandés publica por lo menos desde los años setenta (de 1975 es El año de la liebre), y, salvo Delicioso suicidio en grupo, de 1990, los otros tres traducidos son de los ochenta. Y, que yo sepa, el rubicundo y rechonchito Arto sigue escribiendo y publicando. No estaría de más que se tradujeran los libros más recientes y que su edición se alternara con los más antiguos. Tal vez me haga con alguno en francés, donde se le publica más.
GAZAPOS
La dulce envenenadora es el que menos me ha gustado. Aun así, disfruto leyéndolo, a medias en casa y en caminatas por La Candamia, en días claros y apacibles de otoño. Tiene varias erratas, gazapos, errores, incorrecciones gramaticales... ¿Achacables a la traductora? Vale, todos erramos, y el que no, que dé volteretas, pero se supone que en una editorial profesional alguien revisa el texto. ¿No tiene correctores de galeradas Anagrama? Es más, ahora que lo pienso, ¿aún existen las galeradas? ¡¡Eh, editores de Anagrama, contrátenme para corregir pruebas!! Haría mejor labor. Vergi gratia:
PAASILINNA, Arto (2008): La dulce envenenadora. Barcelona, ANAGRAMA (Panorama de Narrativas)
Pág. 67: ... así que Linnea tubo que desistir...
Pág. 73: La pandilla, visiblemente cargados de malas intenciones, se comportó...
(...) Luego se habían metido por la fuerza en la casita y lo habían zarandeado...
Pág. 81: El aroma delicioso de las exóticas conservas inundaron la habitación.
Pág. 140: -Trae garlopa y pórtate como un hombre.
En la página. 153 se corrige: ... una larga estancia en la cárcel por un poco de farlopa...
FINALES
Algo me pasa con los finales de las novelas de Paasilinna.
En El año de la liebre, Kaarlo Vatanen atraviesa con su liebre los muros de la prisión. El molinero aullador sugiere una metamorfosis lobuna anunciada desde el mismo título. En El bosque de los zorros decenas de turistas alemanes se ahorcan por atrapar las salchichas de los cepos. Delicioso suicidio en grupo acaba con una recopilación sobre el fantástico destino de algunos personajes. La dulce envenenadora, por fin, conluye en el infierno
Bien, son finales más o menos fantásticos. Pero me chocan con el resto de la novela. Son historias de personajes al límite, solitarios, borrachuzos, delincuentes, en momentos de crisis, que viven aventuras al límite de lo verosímil. Y, no obstante, el tratamiento es realista. Quiero decir con "realista" escenarios reconocibles y acciones también reconocibles en eso que convencionalmente denominados "realidad". Los finales me resultan abruptos, ajenos, externos al nivel de realidad de la novela que he leído hasta entonces. Oh, me digo, ahí está el guasón de Paasilinna diciéndonos "vale, chicos, no os toméis todo esto demasiado en serio, no ha sido más que una broma, ¿os habéis divertido? Yo, desde luego." En fin, no lo sé, me gustaría saber por qué. ¿No sabía Paasilinna cómo concluir la novela? ¿Esos finales tienen que ver con alguna tradición literaria nórdica, finlandesa?
miércoles, 22 de octubre de 2008
DOS VIAJES A GIJÓN
Hoy hace sol y hay gente en la playa. Mañana estará nublado y a mediodía un orbayo templado mojará las calles, los tejados, alimentará el verdín, dulcificará el salitre. Un hombre muy mayor y delgado se adentrará en el mar, a pocos metros de mí. Eso sucederá mañana. Como esa joven que, mientras intento limpiarme la arena con una toalla, apoyado en una de las altas escaleras, sigue a un gozque blanco, que sube como un rayo los peldaños. La mujer habla por el móvil y se le marcan los pezones en la camiseta. Mañana, también, la ascensión al Cerro. Un par de barquitas en el azul cobalto. Una pareja se saca fotos al borde del acantilado. Bajo el Elogio del Horizonte rebota el rumor del oleaje, como el amplificado sonido de una caracola. Mañana, el recuerdo, los ojos empañados, la ausencia. «El problema es que está muy solo», me dijeron que dijiste de mí. Y me invento -me inventaré, porque eso será en el viaje de mañana- tu relato, con imágenes a las que pongo palabras ordenadas en capítulos. Podría ser implacable con el recuerdo, y también podría dulcificar tus juicios. Las gaviotas se pasean por el Cerro, entre los caminos y las trincheras, las gaviotas que mañana habrán cagado sobre el parabrisas del coche, justo al entrar en la avenida del Muro, cuando busque aparcar más allá del Piles, entre el Sanatorio Marítimo y la Muyerona, una estatua que tal vez siga allí, remodelada por los vientos y el salitre que mañana aspiraré profundamente, cuando descienda por las brillantes laderas del Cerro, hacia Cimadevilla, la Antigua Rula (así bautizado con un letrero el recinto donde se subastaba el pescado) y el puerto, antes de pescadores y ahora de recreo, porque la ciudad ya no es obrera, gris y conflictiva, sino cultural, turística y de servicios.
Eso sucederá mañana.
Hoy me baño en el mar, braceo, camino por la orilla, con el agua hasta las caderas, y me seco al sol de mediodía. Mañana volveré y el día estará nublado, y serán el viejo, el Cerro, la linda mujer de los pezones marcados. Hoy, frente al mar, como arroz con calamares y bacalao. Una de las dos camareras es hermosa, sonriente, los vaqueros le hacen un tipo estupendo, y su sonrisa le marca esas incipientes arrugas de la madurez que tanto me gustan en algunas mujeres. Es una mujer para fantasear, que tiene algo de inalcanzable. Qué torpe y sin recursos puede sentirse un hombre frente a una mujer hermosa, como la morena que no parece una camarera, que está en el restaurante como quien ha ido a ayudar un rato, y seguro que sale con un tío que tiene un auto deportivo y follan en el jacuzzi. Será mañana cuando pida de postre arroz con leche, y ella me ofrezca «con canela o quemado». Mañana elegiré la versión quemada, y esa hermosa morena me traerá en sus manos primorosas un plato grande, mediado de un dulce arroz cubierto con crujiente azúcar. Y, enfrente, el mar; y las palabras.
viernes, 10 de octubre de 2008
QUÉ SENCILLO
En la feria del libro de ocasión encuentro El viaje de Felicia, de William Trevor. Quiero leer desde hace tiempo la novela en la que se basó Atom Egoyan para su Felicia's Journey. El tema de la historia me tiraba para atrás, pero me gustó mucho el humor y la gran delicadeza con que lo trata Egoyan. Esta mañana soleada encuentro la novela, a buen precio, en fila india, abrigada junto a otras novelas de Alianza. Entusiasmado, y aunque voy a comprarlo de todas formas, pido otro ejemplar que esté en mejores condiciones. El librero me dice que son restos de una librería que los tendría almacenados de cualquier manera, pero enseguida me facilita otro volumen, en mejor estado, sin esas manchitas negras. Cuando consigo que me cobre (El viaje de Felicia y Amor negro, de Dominique Noguez), porque se ha ido al otro extremo del puesto de libros, donde andan el alcalde y concejales, le agradezco que me haya alegrado el día. Detalles, felices hallazgos, regalos. Que, además, a falta de un amor, saben a gloria. Deliciosas migajas del maná de la felicidad. Como ayer, cuando la sonriente dependienta del obrador que prepara «posiblemente las mejores magdalenas de la ciudad» pone en mi mano una exquisita rosca «de San Froilán».
lunes, 6 de octubre de 2008
CONGRESO DE ESCRITORES
La Asociación Colegial de Escritores de España me invita a acreditarme para el Congreso que se celebra en León. Media sonrisa: «¿Qué se puede esperar de una Asociación que me acredita como escritor...?» La acreditación, una cartulita en un plástico con un cordel, no sirve para nada; soy de los pocos que la deben de tener, y la guardo en el bolsillo. Un par de mañanas me acerco al Hostal, en el tiempo de descanso del trabajo. Estoy unos minutos, cojo el periódico...
En realidad, de Congreso, poco. Más bien unas cuantas conferencias, en torno al pensamiento y la literatura. «Esto no es el Hay Festival», deja claro Andrés Sorel en la presentación.
Voy a ver a Manuel de Lope, del que hace tiempo leí Shakespeare al anochecer, Los amigos de Toti Tang, Bella en las tinieblas... Conversa con otro escritor. Bien, una conversación relajada, con anécdotas. Un escritor con oficio. Aunque, asistentes al "Congreso", escritores, pocos. Juan Madrid, Gómez Rufo, etc. Éste habla de los derechos de autor, pero me lo pierdo. Me interesa. Dudas. ¿Qué es eso de "cultura gratis"? ¿Quién paga a los creadores? Aunque, ¿para qué intentar salvar una industria que sólo remunera al escritor el 5% del precio de un libro? Algo así como los tomates, los intermediarios que se llevan un pastón, el gran supermercado que marca sus pautas... Mucha culpa tenemos cuando escribimos gratis, en revistillas, periódicos... ¿Acaso un fontanero trabaja gratis? Dice De Lope que un escritor, cuando escribe, no desarrolla una actividad económica, en sí misma; lo hace "gratis"; pero cuando entrega su obra a un editor, esa obra ya adquiere un valor económico. ¿Y los escritores, viven del aire? Cuando escribimos gratis para llenar páginas de un periódico, ¿nos dejamos llevar por la vanidad? Si tenemos en cuenta que incluso muchos pagan sus ediciones...
José Luis Sampedro. Camina despacio, apoyado en un bastón. Habla con gran fluidez, es un buen orador. Sus palabras son claras, su voz es aún suficiente, denota entusiasmo. Lo veo unos cuantos minutos, porque el salón está lleno, a rebosar, y no he podido ir antes a coger sitio. Jorge Pascual me invita a que me siente en su silla, que está, me dice, en la segunda fila, con una chupa «como la tuya encima», me dice. Así que obtengo la anuencia de Neli y allá que voy, abriéndome paso entre la gente que está de pie, a la entrada, y camino por el pasillo, entre el auditorio, hasta que, oh, cielos, no veo ningún asiento libre en la segunda fila... Me desconcierto, pero con esa sangre fría que saco en ocasiones no sé de dónde, me paro, ojeo, y veo ahí, pero en la cuarta fila, esa silla con una chupa más o menos como la mía... Le susurro a la vecina del asiento libre que vengo de parte de Jorge. «¿Qué Jorge?», dice. Jorge Pascual, el poeta. Bien, se me abren los cielos y me siento a escuchar a Sampedro hablar de la libertad, que es como una cometa, que vuela y vuela, pero siempre que esté sujeta con una cuerda; para él esa cuerda es la responsabilidad. Y habla de partículas subatómicas y del zen y el vacío y la inmortalidad que no le interesa, y de esa parte de espíritu de la que todos participamos, y cuando me levanto y me voy, porque pienso que ya he escuchado lo suficiente y no debo hacer esperar a mi amiga, que se ha quedado leyendo el periódico, bueno, en ese momento no debo de pensar eso, la verdad, sino ahora que escribo siento agradecimiento hacia José Luis Sampedro por escribir La vieja sirena, porque su lectura, hace años, me devolvió, me recordó, me renovó, para ser más exactos, la alegría de vivir.
domingo, 21 de septiembre de 2008
SOLO - CLAUDIO BAGLIONI
BANDAS SONORAS
MERENDERO PADILLA
El Merendero Padilla es limpio, barato, popular, y lo atiende una bulliciosa y eficiente cohorte de cocineros y camareros que te sirven en un pispás. No me importa que se me enfríen las viandas, ni siquiera que me pingue el pantalón con el contundente alioli con el que untan las patatas asadas, porque Feliciano me sigue contando que aquella plancha es una de las originales, y que las demás las fue comprando a medida que el negocio crecía, y cuando le observo que todo parece muy limpio, me dice orgulloso que es así porque, por ejemplo, limpian esa gran mampara de ahí un par de veces a la semana.
Esos 42 tacos del Merendero Padilla son también los míos. Abre de abril a septiembre. Los meses luminosos. Buñuelos de bacalao y mollejas, queso asado y michirones, pinchos morunos y patatas, arroz con leche y pan de Calatrava. En Lorca. Los años, los meses, la comida, el festín, el placer de comer y de vivir.
domingo, 14 de septiembre de 2008
EL MÍTICO JOSEPH CAMPBELL
En esa parada madrileña compro El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito y Los mitos. Su impacto en el mundo actual.
Llego a Campbell a partir de dos caminos: El viaje del escritor, de Christopher Vogler, una aplicación del monomito a la escritura y en especial al cine, donde rastrea su influencia; y, cómo no, de La guerra de las galaxias. Campbell fue uno de los mentores de George Lucas, y su viaje del héroe está presente en toda la saga, en especial en la primera película, es decir, el Episodio IV.
Picando en internet, leyendo referencias en libros, llega un momento en que el hambre y la curiosidad sólo se sacian leyendo los libros de referencia.
Comienza bien El héroe de las mil caras. El asunto psicoanalítico (versión Jung, los arquetipos y el inconsciente colectivo, y que por cierto no figura como subtítulo en la edición en lengua inglesa, The Hero with a Thousand Faces) me echaba para atrás, pero Campbell dice que adopta el psicoanálisis no como un dogma, sino como el mejor instrumento disponible para aprender la gramática del símbolo, y que sin aceptarlo como la última palabra, puede servir como un método de aproximación al mito, «la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas». Ahí es nada, amiguitos.
Campbell escribe algunos párrafos muy bellos, poéticos, apasionados y luminosos, que señalo con lápices rojos, púrpuras y amarillos:
«(...)los héroes de todos los tiempos se nos han adelantado (...) sólo tenemos que seguir el hilo del camino del héroe. Y donde habíamos pensado encontrar algo abominable, encontraremos un dios; y donde habíamos pensado matar a otro, nos mataremos nosotros mismos; y donde habíamos pensado que salíamos, llegaremos al centro de nuestra propia existencia; y donde habíamos pensado que estaríamos solos, estaremos en el mundo.»
EL FACTOR HUMANO: FLORENTINO MORENO Y LUIS MUIÑO
Luis Muiño tiene una web. Para aprender de la gente inteligente: www.elhabitatdelunicornio.net. Y con un título mítico y poético.
UNA PARADA EN MADRID
SOSPECHOSO A ESAS HORAS DE LA NOCHE
domingo, 17 de agosto de 2008
ESCRIBIR
¿Por qué escribir?
No se sabe muy bien por qué se escribe, o quien lo sabe no grita lo suficiente. Sábato y Vargas Llosa han escrito acerca de las motivaciones del escritor: sus duendes y fantasmas; el tema inevitable, que escoge al autor, y no a la inversa; la profunda rebeldía del escritor, que a través de las ficciones pretende llenar el abismo entre los deseos y la vida real...
Escribimos para expresarnos. Pero no escribimos exactamente para decir lo que pensamos, sino más bien, como sostiene Víctor Moreno, para saber lo que pensamos. Pensar y escribir resultan actos de la misma naturaleza. Se alimentan, se interrogan. Dialogan. Cambiemos, entonces, la pregunta. Más bien lo que quiero decir (o lo que pretendía decir al comenzar a escribir este artículo) no es por qué escribir, sino para quién escribir.
¿Qué haces escribiendo sin lectores, chico? Sólo para uno mismo, ¿es posible mantenerse en la escritura? No lo sé muy bien, lo dudo mucho. La escritura sin lectores corre el peligro de retorcerse, sarmentosa, sobre sí misma. Quién sabe si de ese palo seco brotará la viña. Valga la metáfora... Quién sabe si poco a poco habrá lectores, algún lector. ¿Lo mismo para el amor? ¿Tiene sentido amar sin ser amado? ¿Pensar en quien hace ya mucho tiempo que dejó de pensar en ti? Hace poco le decía a una amiga que me enamoraba todos los días, lo cual es como decir que no estás enamorado de nadie. Pero para mí, sin esa luz, esa proclama diaria, sin ese detonante, la vida tiene poco sentido. Y cuando el sentido de la vida comienza a vacilar, ¿qué hacer? Nadar o correr, en mi caso. Es decir, salir por piernas. ¿Huir? Y escribir, escribir.
lunes, 11 de agosto de 2008
DOMINGO 10 DE AGOSTO
Me fui a La Candamia, a pasear, a correr. Cuando volvía, ya casi de noche, cerca de los bares, caminando por un sendero en la hierba, vi a Angelina. Llevaba un carrito de bebé. Nos miramos y nos detuvimos. El niño no era suyo, sino de su hermano. Se parece a ti, le dije. Ella me dijo que no me recordaba tan alto, y que estaba muy morenito. Yo no le dije que ella también estaba morenita y muy guapa. Me alegro de verte, le dije, al despedirme. Ese encuentro con Angelina me salvó la noche. Esta semana pasada he estado reescribiendo la última versión de la Milonga, el relato basado en nuestra relación que escribí en junio de 2001. Siete años después, el día que la he visto, la noche de ayer domingo, con El imperio contraataca de fondo, he puesto el punto final. Ocho años después de nuestra historia. Haber visto a Angelina precisamente ayer me ha dejado una melancólica sensación de paz, de reconciliación. Me cuesta tanto sobrevivir en el mundo líquido, pasar página, ¿olvidar? Ayer ya no me temblaban las piernas, ya no me ha dolido verla. Sería lo que fuera, pero ella no es ninguna isla deshabitada. He soñado con Angelina esta noche. En un momento del sueño, ella, que iba y venía, inquieta, me ofrecía un regalo: una singular colcha, quizás de plástico, blanca y con dibujos, con la que me arropó.
Foto del rabilargo en http://villanuevadelasminas.galeon.com/cultura/fotografia/segura.htm
domingo, 6 de julio de 2008
SELECCIÓN NATURAL
domingo, 20 de abril de 2008
IRINA PALM
jueves, 3 de abril de 2008
VALERIA ALONSO
Semanas después, por casualidad, la has visto en una serie de televisión que nunca ves. De golpe, en un par de planos, la has reconocido, y te has quedado con la boca abierta. Luego, has investigado un poco, conoces su nombre, algo de sus trabajos. Oh, sí, para parecerte a ti mismo perspicaz, te dices que ya pensabas que era mucho más que una chica bandera. Incluso mucho más que una chica que te gustó mucho. Nada más verla. ¿Cómo puede ser eso? Lo cierto es que fue así, que ella te escogió y ese beso te salvó. Salvó ese día, tal vez algunos días más, algunas tardes más. La has vuelto a ver hace un par de días en la tele, de promoción de la serie. Vestía de otra manera, de negro, no con aquel ligero vestidito. Pero su sonrisa y su acento eran los mismos. Los de esa mujer de la que no apartabas la vista en el pequeño escenario. Y vuelves a saborear su beso. De mentirijillas, es cierto, pero al fin y al cabo un beso de Valeria.