miércoles, 17 de diciembre de 2008

VALERIA BERTUCELLI


Profesora de danza en Luna de Avellaneda. Valeria Bertucelli es Cristina. Película y palabras argentinas, tan diferentes de las francesas y, sin embargo, el mismo nombre (Valeria, Valérie) y un apellido también similar, seguramente de origen italiano.
Cristina-Valeria es menuda, morena, con las cejas pobladas y rebeldes. Viste con leotardos de colores. Ya, ya sabemos una y mil veces que su personaje es mentira, lo que dice es mentira, y es mentira su historia. Sin embargo, nos dejamos empapar por esa catarata de ficciones mentirosas y encontramos la verdad más femenina en una mujer que nos gustaría no sólo mirar como se mira a un objeto en sombra, sino también besar, abrazar y enamorar.

VALÉRIE DONZELLI



Maïté, en 7 ans. Las botas, la mirada, la nariz, los silencios. También, la histeria y la resistencia agresiva cuando es detenida por los policías que la descubren en el arcén, dentro del coche. Los ojos húmedos, tristes, femeninos. En este fotograma, ofrecida, nunca sabremos muy bien si por amor hacia su marido preso o por deseo hacia el carcelero amante. Tal vez ambas cosas. Para enamorarse a rabiar. ¡Cuántos amores de celuloide, bitácora! Ya sabemos que no nos enamoramos de la actriz, sino del personaje. Pero el personaje no es nada en el cine sin la mujer que lo encarna, que le da cuerpo, voz, mirada y movimiento. Es Maïté-Valérie Donzelli. Si la película que veo resuena dentro de mí una vez que me voy del cine y encaro la calle, y sigue haciéndolo en mis sueños, ha merecido el tiempo de la sala oscura. Será la pulsión escópica o lo que sea. No hemos poseído a Maïté-Valérie, no nos la hemos follado en el coche ni visto así, encima de nuestra cama, en ropa interior negra. Pero ella ha sido la protagonista de esa tarde de otoño, de las palabras en esta bitácora. La forma de su nariz me ha recordado a una mujer, las botas a otra... Esa mezcla de frialdad y deseo que se me antoja tan francesa. Una cierta facilidad para el amor, pero sin banalidad. Maïté-Valérie: la falda, las botas, los pechos blancos, la mirada de pérdida y de deseo.

sábado, 22 de noviembre de 2008

LA DULCE ENVENENADORA - ILUSIÓN, GAZAPOS Y FINALES

ILUSIÓN

Ahí, en el escaparate, el último de Paasilinna. Quiero leerlo el fin de semana, y esa misma tarde voy donde Paco, mi librero habitual. Miro y remiro en la mesa de la editorial gris y amarilla. Me oriento bien en las librerías, como otros lo hacen en las discotecas o en el bosque. Paco acaba de recibir las novedades y al fondo hay varias cajas por desembalar. Está cabreado, porque algunos ejemplares le llegan defectuosos. Le jode a Paco que traten los libros como si fueran ladrillos. Llega una clienta. Volveré al día siguiente, sábado, cuando Paco pondrá en mis manos La dulce envenenadora, el último de Paasilinna, aunque esto tiene algo de guasa, porque el finlandés publica por lo menos desde los años setenta (de 1975 es El año de la liebre), y, salvo Delicioso suicidio en grupo, de 1990, los otros tres traducidos son de los ochenta. Y, que yo sepa, el rubicundo y rechonchito Arto sigue escribiendo y publicando. No estaría de más que se tradujeran los libros más recientes y que su edición se alternara con los más antiguos. Tal vez me haga con alguno en francés, donde se le publica más.

GAZAPOS

La dulce envenenadora es el que menos me ha gustado. Aun así, disfruto leyéndolo, a medias en casa y en caminatas por La Candamia, en días claros y apacibles de otoño. Tiene varias erratas, gazapos, errores, incorrecciones gramaticales... ¿Achacables a la traductora? Vale, todos erramos, y el que no, que dé volteretas, pero se supone que en una editorial profesional alguien revisa el texto. ¿No tiene correctores de galeradas Anagrama? Es más, ahora que lo pienso, ¿aún existen las galeradas? ¡¡Eh, editores de Anagrama, contrátenme para corregir pruebas!! Haría mejor labor. Vergi gratia:

PAASILINNA, Arto (2008): La dulce envenenadora. Barcelona, ANAGRAMA (Panorama de Narrativas)

Pág. 67: ... así que Linnea tubo que desistir...
Pág. 73: La pandilla, visiblemente cargados de malas intenciones, se comportó...
(...) Luego se habían metido por la fuerza en la casita y lo habían zarandeado...
Pág. 81: El aroma delicioso de las exóticas conservas inundaron la habitación.
Pág. 140: -Trae garlopa y pórtate como un hombre.
En la página. 153 se corrige: ... una larga estancia en la cárcel por un poco de farlopa...

FINALES

Algo me pasa con los finales de las novelas de Paasilinna.
En El año de la liebre, Kaarlo Vatanen atraviesa con su liebre los muros de la prisión. El molinero aullador sugiere una metamorfosis lobuna anunciada desde el mismo título. En El bosque de los zorros decenas de turistas alemanes se ahorcan por atrapar las salchichas de los cepos. Delicioso suicidio en grupo acaba con una recopilación sobre el fantástico destino de algunos personajes. La dulce envenenadora, por fin, conluye en el infierno
Bien, son finales más o menos fantásticos. Pero me chocan con el resto de la novela. Son historias de personajes al límite, solitarios, borrachuzos, delincuentes, en momentos de crisis, que viven aventuras al límite de lo verosímil. Y, no obstante, el tratamiento es realista. Quiero decir con "realista" escenarios reconocibles y acciones también reconocibles en eso que convencionalmente denominados "realidad". Los finales me resultan abruptos, ajenos, externos al nivel de realidad de la novela que he leído hasta entonces. Oh, me digo, ahí está el guasón de Paasilinna diciéndonos "vale, chicos, no os toméis todo esto demasiado en serio, no ha sido más que una broma, ¿os habéis divertido? Yo, desde luego." En fin, no lo sé, me gustaría saber por qué. ¿No sabía Paasilinna cómo concluir la novela? ¿Esos finales tienen que ver con alguna tradición literaria nórdica, finlandesa?

miércoles, 22 de octubre de 2008

DOS VIAJES A GIJÓN

Tal vez no hay nada que me estimule más que el mar. Y las palabras. Las palabras que cuentan, que abarcan este horizonte, las olas rompiendo, la incontable arena, la extensa bajamar (el periódico dirá mañana que hoy es una de las mareas vivas más pronunciadas del año), y en pocas horas, la espuma que salpicará el Muro, en la zona del Náutico.
Hoy hace sol y hay gente en la playa. Mañana estará nublado y a mediodía un orbayo templado mojará las calles, los tejados, alimentará el verdín, dulcificará el salitre. Un hombre muy mayor y delgado se adentrará en el mar, a pocos metros de mí. Eso sucederá mañana. Como esa joven que, mientras intento limpiarme la arena con una toalla, apoyado en una de las altas escaleras, sigue a un gozque blanco, que sube como un rayo los peldaños. La mujer habla por el móvil y se le marcan los pezones en la camiseta. Mañana, también, la ascensión al Cerro. Un par de barquitas en el azul cobalto. Una pareja se saca fotos al borde del acantilado. Bajo el Elogio del Horizonte rebota el rumor del oleaje, como el amplificado sonido de una caracola. Mañana, el recuerdo, los ojos empañados, la ausencia. «El problema es que está muy solo», me dijeron que dijiste de mí. Y me invento -me inventaré, porque eso será en el viaje de mañana- tu relato, con imágenes a las que pongo palabras ordenadas en capítulos. Podría ser implacable con el recuerdo, y también podría dulcificar tus juicios. Las gaviotas se pasean por el Cerro, entre los caminos y las trincheras, las gaviotas que mañana habrán cagado sobre el parabrisas del coche, justo al entrar en la avenida del Muro, cuando busque aparcar más allá del Piles, entre el Sanatorio Marítimo y la Muyerona, una estatua que tal vez siga allí, remodelada por los vientos y el salitre que mañana aspiraré profundamente, cuando descienda por las brillantes laderas del Cerro, hacia Cimadevilla, la Antigua Rula (así bautizado con un letrero el recinto donde se subastaba el pescado) y el puerto, antes de pescadores y ahora de recreo, porque la ciudad ya no es obrera, gris y conflictiva, sino cultural, turística y de servicios.
Eso sucederá mañana.
Hoy me baño en el mar, braceo, camino por la orilla, con el agua hasta las caderas, y me seco al sol de mediodía. Mañana volveré y el día estará nublado, y serán el viejo, el Cerro, la linda mujer de los pezones marcados. Hoy, frente al mar, como arroz con calamares y bacalao. Una de las dos camareras es hermosa, sonriente, los vaqueros le hacen un tipo estupendo, y su sonrisa le marca esas incipientes arrugas de la madurez que tanto me gustan en algunas mujeres. Es una mujer para fantasear, que tiene algo de inalcanzable. Qué torpe y sin recursos puede sentirse un hombre frente a una mujer hermosa, como la morena que no parece una camarera, que está en el restaurante como quien ha ido a ayudar un rato, y seguro que sale con un tío que tiene un auto deportivo y follan en el jacuzzi. Será mañana cuando pida de postre arroz con leche, y ella me ofrezca «con canela o quemado». Mañana elegiré la versión quemada, y esa hermosa morena me traerá en sus manos primorosas un plato grande, mediado de un dulce arroz cubierto con crujiente azúcar. Y, enfrente, el mar; y las palabras.

viernes, 10 de octubre de 2008

QUÉ SENCILLO

Qué fácil hacerme feliz, bitácora. Mejor, qué sencillo.
En la feria del libro de ocasión encuentro El viaje de Felicia, de William Trevor. Quiero leer desde hace tiempo la novela en la que se basó Atom Egoyan para su Felicia's Journey. El tema de la historia me tiraba para atrás, pero me gustó mucho el humor y la gran delicadeza con que lo trata Egoyan. Esta mañana soleada encuentro la novela, a buen precio, en fila india, abrigada junto a otras novelas de Alianza. Entusiasmado, y aunque voy a comprarlo de todas formas, pido otro ejemplar que esté en mejores condiciones. El librero me dice que son restos de una librería que los tendría almacenados de cualquier manera, pero enseguida me facilita otro volumen, en mejor estado, sin esas manchitas negras. Cuando consigo que me cobre (El viaje de Felicia y Amor negro, de Dominique Noguez), porque se ha ido al otro extremo del puesto de libros, donde andan el alcalde y concejales, le agradezco que me haya alegrado el día. Detalles, felices hallazgos, regalos. Que, además, a falta de un amor, saben a gloria. Deliciosas migajas del maná de la felicidad. Como ayer, cuando la sonriente dependienta del obrador que prepara «posiblemente las mejores magdalenas de la ciudad» pone en mi mano una exquisita rosca «de San Froilán».

lunes, 6 de octubre de 2008

CONGRESO DE ESCRITORES


La Asociación Colegial de Escritores de España me invita a acreditarme para el Congreso que se celebra en León. Media sonrisa: «¿Qué se puede esperar de una Asociación que me acredita como escritor...?» La acreditación, una cartulita en un plástico con un cordel, no sirve para nada; soy de los pocos que la deben de tener, y la guardo en el bolsillo. Un par de mañanas me acerco al Hostal, en el tiempo de descanso del trabajo. Estoy unos minutos, cojo el periódico...
En realidad, de Congreso, poco. Más bien unas cuantas conferencias, en torno al pensamiento y la literatura. «Esto no es el Hay Festival», deja claro Andrés Sorel en la presentación.
Voy a ver a Manuel de Lope, del que hace tiempo leí Shakespeare al anochecer, Los amigos de Toti Tang, Bella en las tinieblas... Conversa con otro escritor. Bien, una conversación relajada, con anécdotas. Un escritor con oficio. Aunque, asistentes al "Congreso", escritores, pocos. Juan Madrid, Gómez Rufo, etc. Éste habla de los derechos de autor, pero me lo pierdo. Me interesa. Dudas. ¿Qué es eso de "cultura gratis"? ¿Quién paga a los creadores? Aunque, ¿para qué intentar salvar una industria que sólo remunera al escritor el 5% del precio de un libro? Algo así como los tomates, los intermediarios que se llevan un pastón, el gran supermercado que marca sus pautas... Mucha culpa tenemos cuando escribimos gratis, en revistillas, periódicos... ¿Acaso un fontanero trabaja gratis? Dice De Lope que un escritor, cuando escribe, no desarrolla una actividad económica, en sí misma; lo hace "gratis"; pero cuando entrega su obra a un editor, esa obra ya adquiere un valor económico. ¿Y los escritores, viven del aire? Cuando escribimos gratis para llenar páginas de un periódico, ¿nos dejamos llevar por la vanidad? Si tenemos en cuenta que incluso muchos pagan sus ediciones...
José Luis Sampedro. Camina despacio, apoyado en un bastón. Habla con gran fluidez, es un buen orador. Sus palabras son claras, su voz es aún suficiente, denota entusiasmo. Lo veo unos cuantos minutos, porque el salón está lleno, a rebosar, y no he podido ir antes a coger sitio. Jorge Pascual me invita a que me siente en su silla, que está, me dice, en la segunda fila, con una chupa «como la tuya encima», me dice. Así que obtengo la anuencia de Neli y allá que voy, abriéndome paso entre la gente que está de pie, a la entrada, y camino por el pasillo, entre el auditorio, hasta que, oh, cielos, no veo ningún asiento libre en la segunda fila... Me desconcierto, pero con esa sangre fría que saco en ocasiones no sé de dónde, me paro, ojeo, y veo ahí, pero en la cuarta fila, esa silla con una chupa más o menos como la mía... Le susurro a la vecina del asiento libre que vengo de parte de Jorge. «¿Qué Jorge?», dice. Jorge Pascual, el poeta. Bien, se me abren los cielos y me siento a escuchar a Sampedro hablar de la libertad, que es como una cometa, que vuela y vuela, pero siempre que esté sujeta con una cuerda; para él esa cuerda es la responsabilidad. Y habla de partículas subatómicas y del zen y el vacío y la inmortalidad que no le interesa, y de esa parte de espíritu de la que todos participamos, y cuando me levanto y me voy, porque pienso que ya he escuchado lo suficiente y no debo hacer esperar a mi amiga, que se ha quedado leyendo el periódico, bueno, en ese momento no debo de pensar eso, la verdad, sino ahora que escribo siento agradecimiento hacia José Luis Sampedro por escribir La vieja sirena, porque su lectura, hace años, me devolvió, me recordó, me renovó, para ser más exactos, la alegría de vivir.

domingo, 21 de septiembre de 2008

SOLO - CLAUDIO BAGLIONI



SOLO
Claudio Baglioni
(Baglioni, C. Ramón, Amart)



Deja que sea
todo así
y el viento volaba
en tu foulard.
Guardabas ya
dentro de ti
las manos, las noches
y tu alegría.
No te cortes el cabello más,
come un poco más que estás delgada.
Y en la mesa entre el té y el pasaje
se moría nuestro triste adiós.
Deja que sea
todo así.
Y el cielo borraba
todo su azul.
No cambies tú jamás,
cuida bien de ti
y de tu vida, del mundo
que encontrarás.
Trata de no meterte en apuros,
abotona, por favor, tu abrigo.
Y entre el claxon de los autos y las campanas
te decía "No me enfadaré".
Y no sientas pena tú por mí,
vi tu aliento que se hacía humo.
Yo creía que me hundía lento, lento,
y tú lenta, lenta, te perdías.
Y quizá tarde o temprano
tú también comprenderás
que me llevas muy adentro.
Y quizá tarde o temprano
algún día pensarás
que estoy solo.
Y si ahora suenan las canciones
esas mismas que tú amabas tanto,
ella viene junto a mí, sonríe y piensa
que las quise dedicar a ella.
Y no sabe cuando te decía
come un poco más que estás delgada,
ni de nuestras fantasías del primer día
y de cómo te me marcharías.
Y quizá tarde o temprano
tú también comprenderás
que me llevas muy adentro.
Y quizá tarde o temprano
algún día pensarás
que yo...solo...quedo aquí.
Y cantaré solo,
caminaré solo
y solo continuaré.




Imagen de la portada del disco en: http://i1.ebayimg.com/03/i/000/e1/43/b5b2_1.JPG

BANDAS SONORAS

Entre Lorca y Murcia, escucho viejas canciones de los setenta. Románticas, melódicas, son la banda sonora de mi infancia. Me gustan Mocedades y Los Puntos, Jarcha y Fórmula V. Y a grito pelado y con la carne de gallina, gracias a Onda Regional Música, canto Llorando por Granada, de Los Puntos, recientemente versionada por otro estupendo grupo, El Barrio:

Dicen que es verdad
que se oye hablar
en las noches cuando hay luna en las murallas.
Alguien habla.
Nadie quiere ir
en la oscuridad
todos dicen que de noche está la Alhambra
embrujada.
Por el moro de Granada.
Dicen que es verdad
que su alma está
encantada por perder un día Granada
y que lloraba.
Cuando el sol se va
se le escucha hablar
paseando su amargura por la Alhambra
recordando y llorando por Granada.
Dicen que es verdad
que nunca se fue
condenado está a vivir siempre
en la Alhambra
y a llorarla.
Al atardecer
cuentan que se ve
entre sombras la figura
de aquel moro
hechizada.
Por perder un día Granada.
Dicen que es verdad
que su alma está
encantada por perder un día Granada.
Y que lloraba.
Cuando el sol se va
se le escucha hablar
paseando su amargura por la Alhambra
recordando
y llorando por Granada (bis)

MERENDERO PADILLA

Hay bullicio en una de las alamedas de Lorca. Los buñuelos de bacalao son lo más típico, me informa Feliciano, que luego se me acerca para preguntarme qué tal me va, para contarme anécdotas, regalarme un llavero, un mechero, unas postales y un calendario, decirme que las morcillas se las sirve el mismo carnicero desde hace decenios, y que llegó a preparar pavo confitado, pero que lo tuvo que dejar porque le daba mucho trabajo.
El Merendero Padilla es limpio, barato, popular, y lo atiende una bulliciosa y eficiente cohorte de cocineros y camareros que te sirven en un pispás. No me importa que se me enfríen las viandas, ni siquiera que me pingue el pantalón con el contundente alioli con el que untan las patatas asadas, porque Feliciano me sigue contando que aquella plancha es una de las originales, y que las demás las fue comprando a medida que el negocio crecía, y cuando le observo que todo parece muy limpio, me dice orgulloso que es así porque, por ejemplo, limpian esa gran mampara de ahí un par de veces a la semana.
Esos 42 tacos del Merendero Padilla son también los míos. Abre de abril a septiembre. Los meses luminosos. Buñuelos de bacalao y mollejas, queso asado y michirones, pinchos morunos y patatas, arroz con leche y pan de Calatrava. En Lorca. Los años, los meses, la comida, el festín, el placer de comer y de vivir.

domingo, 14 de septiembre de 2008

EL MÍTICO JOSEPH CAMPBELL



En esa parada madrileña compro El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito y Los mitos. Su impacto en el mundo actual.


Llego a Campbell a partir de dos caminos: El viaje del escritor, de Christopher Vogler, una aplicación del monomito a la escritura y en especial al cine, donde rastrea su influencia; y, cómo no, de La guerra de las galaxias. Campbell fue uno de los mentores de George Lucas, y su viaje del héroe está presente en toda la saga, en especial en la primera película, es decir, el Episodio IV.


Picando en internet, leyendo referencias en libros, llega un momento en que el hambre y la curiosidad sólo se sacian leyendo los libros de referencia.


Comienza bien El héroe de las mil caras. El asunto psicoanalítico (versión Jung, los arquetipos y el inconsciente colectivo, y que por cierto no figura como subtítulo en la edición en lengua inglesa, The Hero with a Thousand Faces) me echaba para atrás, pero Campbell dice que adopta el psicoanálisis no como un dogma, sino como el mejor instrumento disponible para aprender la gramática del símbolo, y que sin aceptarlo como la última palabra, puede servir como un método de aproximación al mito, «la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas». Ahí es nada, amiguitos.

Campbell escribe algunos párrafos muy bellos, poéticos, apasionados y luminosos, que señalo con lápices rojos, púrpuras y amarillos:

«(...)los héroes de todos los tiempos se nos han adelantado (...) sólo tenemos que seguir el hilo del camino del héroe. Y donde habíamos pensado encontrar algo abominable, encontraremos un dios; y donde habíamos pensado matar a otro, nos mataremos nosotros mismos; y donde habíamos pensado que salíamos, llegaremos al centro de nuestra propia existencia; y donde habíamos pensado que estaríamos solos, estaremos en el mundo.»

EL FACTOR HUMANO: FLORENTINO MORENO Y LUIS MUIÑO

En 8 y Medio me hago con El factor humano en pantalla, de los psicólogos Florentino Moreno y Luis Muiño. Los conozco de los microespacios de RNE, Radio 5 todo noticias. Me gustan sus comentarios sobre psicología ejemplificados con películas. El libro es la edición de algunos de esos textos radiados en su día. El comportamiento, las emociones, el conocimiento, las enfermedades mentales, la percepción, en breves artículos ilustrados con diálogos, situaciones, argumentos y conflictos cinematográficos. Una delicia.
Luis Muiño tiene una web. Para aprender de la gente inteligente: www.elhabitatdelunicornio.net. Y con un título mítico y poético.

UNA PARADA EN MADRID

Paro en Madrid. Así, interrumpo la rutina del viaje. Me gusta por unas horas el bullicio de la Gran Vía. Aparco en la Plaza de España. Pienso en Elena. Nunca me la he encontrado por ahí. Me gustaría verla. Yo frecuento más o menos los mismos sitios, con algunos cambios: la Fnac, la Casa del Libro, un sex shop, un bar, y desde hace tiempo también la librería 8 y Medio. Todo muy a mano, entre la Plaza de España y la Red de San Luis. En la caja de la Casa del Libro me tocan la espalda. Es Cande, una vieja conocida de León. Me presenta a su novio y tomamos una caña. Nos despedimos con cariño. Nunca se sabe cuándo seremos saludados.

SOSPECHOSO A ESAS HORAS DE LA NOCHE

Carretera nocturna. A la mañana siguiente comenzará a funcionar el Gran Colisionador de Hadrones. Agujeros negros que pueden engullir el planeta Tierra. Historias del Apocalipsis. A punto de llegar al hotel, a la entrada del pueblo, las luces y los parpadeos fosforescentes me obligan a detenerme. Me harán soplar, aventuro. Control de alcoholemia, a esas horas de la noche. Nada que temer. Me equivoco. Y en cuanto a la documentación, será por papeles... Son jóvenes. Cuatro, cinco. Tienen el acento de la zona, porque se comen consonantes, y eso les da un aire bastante chusco. Tardo en encontrar la documentación del vehículo. Mi tardanza les da ventaja, tal vez les pone nerviosos. Escrutan el interior del coche con las linternas, pero sigo pensando que no hay nada que temer. ¿Y ese cable? No sé a qué se refieren, hasta que me ordenan abrir la puerta y uno de ellos se introduce en el coche, abre la funda de las gafas, manosea, registra y ya fuera empuña el cable: «Mira, si es casi una de nuestras porras», dice. Al parecer, llevo un objeto contundente. Cada uno ve lo que quiere ver, porque al lado está la barra antirrobo, que sí es contundente y desde luego también es un objeto. Además, el problema es que lo llevo dentro del habitáculo; no habría problema si lo llevara en el maletero. Tampoco si fuera electricista. Pero no, no soy electricista. ¿Y por qué lleva ahí ese cable? Digo lo primero que se me ocurre, que lo habrá puesto ahí el chaval. ¿El chaval es mi hijo? ¿Mi hijo es electricista? No seré yo quien les lleve la contraria, confirmo lacónicamente sus suposiciones y en ese momento me nace un hijo electricista. Me requisan el cable. Me importa un rábano, porque ni me daba cuenta de que lo llevaba. Debe de ser tan antiguo como el coche, y forma parte de la tapicería, es una pieza más que ha pasado desapercibida. Hasta ese momento. Lo requisan. Y si el chaval quiere recogerlo, que vaya al cuartel. Bien, mostrada la documentación, ha llegado la hora de irme. ¿Se ha escapado alguien de algún sitio? No les debe de haber gustado la pregunta, porque me ordenan que abra el maletero. Inspeccionan, tocan, mueven, levantan. Estoy convencido de que no esperan obtener ninguna prueba. ¿Prueba de qué? A la mañana siguiente, la dueña del hotel me habla de las planeadoras que suelen dejar droga en la playa o de terroristas que ponen bombas en la costa mediterránea. Y que a esas horas de la noche habrán sospechado. Pero en ese momento estoy seguro de que ya no esperan encontrar nada. Están a punto de cruzar la frontera que separa la pesquisa del puteo gratuito. Otra vez que les enseñe el carnet. Mosqueado, replico que se lo acabo de enseñar. Que es para tomar nota, dicen. Todo queda en la requisa del dichoso cable. Ya en el hotel, sueño que se me acusa de haber grabado películas porno. El día se lleva las sombras. El incidente con la patrulla ha quedado en un pequeño chuleo y el Gran Colisionador de Hadrones no ha provocado el fin de los tiempos.

domingo, 17 de agosto de 2008

ESCRIBIR

Hay días sin ilustraciones, sin fotos.
¿Por qué escribir?
No se sabe muy bien por qué se escribe, o quien lo sabe no grita lo suficiente. Sábato y Vargas Llosa han escrito acerca de las motivaciones del escritor: sus duendes y fantasmas; el tema inevitable, que escoge al autor, y no a la inversa; la profunda rebeldía del escritor, que a través de las ficciones pretende llenar el abismo entre los deseos y la vida real...
Escribimos para expresarnos. Pero no escribimos exactamente para decir lo que pensamos, sino más bien, como sostiene Víctor Moreno, para saber lo que pensamos. Pensar y escribir resultan actos de la misma naturaleza. Se alimentan, se interrogan. Dialogan. Cambiemos, entonces, la pregunta. Más bien lo que quiero decir (o lo que pretendía decir al comenzar a escribir este artículo) no es por qué escribir, sino para quién escribir.
¿Qué haces escribiendo sin lectores, chico? Sólo para uno mismo, ¿es posible mantenerse en la escritura? No lo sé muy bien, lo dudo mucho. La escritura sin lectores corre el peligro de retorcerse, sarmentosa, sobre sí misma. Quién sabe si de ese palo seco brotará la viña. Valga la metáfora... Quién sabe si poco a poco habrá lectores, algún lector. ¿Lo mismo para el amor? ¿Tiene sentido amar sin ser amado? ¿Pensar en quien hace ya mucho tiempo que dejó de pensar en ti? Hace poco le decía a una amiga que me enamoraba todos los días, lo cual es como decir que no estás enamorado de nadie. Pero para mí, sin esa luz, esa proclama diaria, sin ese detonante, la vida tiene poco sentido. Y cuando el sentido de la vida comienza a vacilar, ¿qué hacer? Nadar o correr, en mi caso. Es decir, salir por piernas. ¿Huir? Y escribir, escribir.

lunes, 11 de agosto de 2008

DOMINGO 10 DE AGOSTO

A media tarde del domingo comprobé que no había nada tras los mensajes, las palabras, la llamada y la invitación del viernes por la tarde para vernos el martes. Hojarasca, capricho, vacío. Pura retórica. Un discurso sin contenido, tal vez un divertimento. Una isla deshabitada. Una más. Vuelvo a Bauman. En la sociedad moderna líquida, más valioso que aprender es olvidar. Ya he dejado los paquetes de té en mi cocina, he desenvuelto el libro de poesía del papel de regalo y acabo de cambiar el peluche.

Me fui a La Candamia, a pasear, a correr. Cuando volvía, ya casi de noche, cerca de los bares, caminando por un sendero en la hierba, vi a Angelina. Llevaba un carrito de bebé. Nos miramos y nos detuvimos. El niño no era suyo, sino de su hermano. Se parece a ti, le dije. Ella me dijo que no me recordaba tan alto, y que estaba muy morenito. Yo no le dije que ella también estaba morenita y muy guapa. Me alegro de verte, le dije, al despedirme. Ese encuentro con Angelina me salvó la noche. Esta semana pasada he estado reescribiendo la última versión de la Milonga, el relato basado en nuestra relación que escribí en junio de 2001. Siete años después, el día que la he visto, la noche de ayer domingo, con El imperio contraataca de fondo, he puesto el punto final. Ocho años después de nuestra historia. Haber visto a Angelina precisamente ayer me ha dejado una melancólica sensación de paz, de reconciliación. Me cuesta tanto sobrevivir en el mundo líquido, pasar página, ¿olvidar? Ayer ya no me temblaban las piernas, ya no me ha dolido verla. Sería lo que fuera, pero ella no es ninguna isla deshabitada. He soñado con Angelina esta noche. En un momento del sueño, ella, que iba y venía, inquieta, me ofrecía un regalo: una singular colcha, quizás de plástico, blanca y con dibujos, con la que me arropó.

Foto del rabilargo en http://villanuevadelasminas.galeon.com/cultura/fotografia/segura.htm

domingo, 6 de julio de 2008

SELECCIÓN NATURAL

Hacía tiempo que no veía a tanta gente comportarse de manera tan inteligente.
Jugadores veinteañeros y preparadores, equipo técnico, seleccionador, saltan, ríen, cantan, gritan, sin más protocolo que pasarlo bien, tal y como hicimos nosotros y muchos en España la noche de la final de la Eurocopa. Saltamos y gritamos, que es lo que nos apetecía y lo que tocaba. Por eso, pienso en lo inteligentes que podemos llegar a ser ser sin darnos apenas cuenta. Alegrarnos, hacer piña, expresar nuestro entusiasmo colectivo.
Por supuesto, he escuchado comentarios de tertulianos recelosos, que si la bandera y tal y cual, que si el nacionalismo español, que si vandalismo, que si la masa, que si el opio del pueblo, que si patatín, que si patatán.
Desde luego, a nadie le obligan a participar en una fiesta, pero yo creo que entre esas críticas hay bastantes aguafiestas a los que les encantaría hacer el gamba por la calle con una bandera roja y amarilla, y que no lo hacen por complejos personales y prejuicios políticos. No descartemos a los "elitistas": basta que miles de personas hagan algo, para que se crean en la obligación de criticarlo, sin más argumentos que una presunta vulgaridad. Tampoco faltan quienes se han querido apropiar de símbolos, como la bandera, que son de todos: del norte y del sur, de izquierdas y de derechas, guapos y feos, curritos y ejecutivos, listos y más o menos empanados.
He leído y escuchado algunas metáforas y lugares comunes. Creo que Borges recelaba de las metáforas. Si no explican el primer elemento de la comparación, sería mejor no utilizarlas, porque en ese caso no aportan nada, no enseñan nada nuevo. Metáforas y tópicos futboleros suelen ir de la mano. Esta selección tan natural se ha encargado de cepillarse los tópicos en seis partidos: que si la barrera de los cuartos de final, que si Italia, que si los penaltis....
Al final, una selección de un país ha jugado mejor al fútbol, ha marcado más goles y ha ganado la Copa, y los nacionales de ese país lo celebran con las camisetas de su selección y la bandera de ese país. ¿Algo que objetar? Porque la especie humana, por si alguien aún no se ha enterado a estas alturas, rige buena parte de su vida por símbolos. Y utiliza unos colores para reconocerse. No más, pero tampoco menos. Pues que dure.
Salud y oé, oé, oé, oé.

domingo, 20 de abril de 2008

IRINA PALM

¿Qué haría una mujer mayor, convencional, para salvar la vida de su nieto? ¿Se dedicaría a una actividad considerada deshonesta por la hipócrita sociedad biempensante?
Maggie sí.
Maggie hace pajas, y además muy bien; hasta tal punto, que crea el personaje de Irina Palm, un nombre que seduce a los clientes.
Maggie es ya una mujer mayor, una heroína moderna, como sucede, por ejemplo, en Les triplettes de Belleville, una estupenda película de animación donde una abuela cruza el charco para liberar a su nieto ciclista.
Las escenas de Irina Palm son cortas y concluyen en un fundido. Los diálogos son sencillos, directos, eficaces. Nada parece sobrar, como en las buenas narraciones. Y, algo muy importante, no explota hasta la saciedad la anécdota brillante que da origen a la historia, sino que el trabajo de Maggie desata otros conflictos: los que le enfrentan a su compañera, a su jefe, a su hijo, a sus amigas. Tal vez la relación con su mentora (Luisa, que le enseña a meneársela a los clientes en el cubículo que es su lugar de trabajo), se trunca demasiado pronto, y nos deja un sabor amargo. Pero no todos los cabos se pueden atar. Ni en la vida ni en las buenas películas, como Irina Palm.
Las interpretaciones son excelentes, realistas, contenidas, y la historia está muy bien contada, con una gran agilidad.
¿Sería posible una película similar en España? Se lo comentaba a Nely; que no me lo imagino, la verdad: el guionista tratando de hacerse el gracioso con chistecillos, los actores gesticulando sin parar y poniendo caras, subtramas que no vienen a cuento, la historia en clave de comedia bufa al alcance de Berlanga y pocos más...
Una película que le saca jugo a los contrastes. Una historia sobre la bondad. Porque la bondad es acción. La vida, que salta por encima de los prejuicios y sigue, feliz, su camino.

jueves, 3 de abril de 2008

VALERIA ALONSO

Un teatro en invierno. Una sala pequeña, universitaria. La obra, Boyfriend. Chicas en el escenario. Estás en las primeras filas. Sobre todo, te fijas en una de las actrices. Te cuesta apartar tu vista de ella. Incluso, lo intentas. Abstraído de la obra, valoras otros cuerpos, porque al fin y al cabo eres un hombre y te gustan las mujeres, y de manera un tanto idiota, de vez en cuando apartas la vista de la que más te gusta, porque has ido a ver una obra de teatro, no tías en pelotas, no seas tan superficial. Pero no puedes disimular. Eso es: una mujer que te gusta. Pocas veces está tan claro. Y regresas a ella, en esa sinfonía coral de mujeres actuando. Ah, claro, es argentina, su acento es argentino, descubres, y eso es muy, muy seductor. Perfecto para una actriz. Las chicas se cepillan la cuarta pared y bajan al patio de butacas. Ella, precisamente ella, te mira. Ya algunos espectadores emiten grititos, se agitan nerviosos, se oyen carcajadas. Son como niños, piensas. Lo piensas mientras ella no deja de mirarte. Te ha escogido. Y tú ya eres como un niño. De pronto, se abalanza sobre ti y pega sus labios a los tuyos. Sería mucho decir que te está besando. Pero, ¿qué otra cosa es posar sus labios sobre los tuyos? Se ha tirado sobre ti. Lleva un vestidito. Aprieta fuerte los labios. Supones, o lo has supuesto después, que lo hace para que alguno no se aproveche y le meta la lengua o la morree. ¿Qué haces con su cuerpo durante esos segundos? Le acaricias la espalda. Suda. Está deliciosamente sudada. Y le acaricias un trocito de espalda. Respira agitadamente. Quizás esté cogiendo fuerzas, piensas ahora, cuando escribes; quizás aprovecha ese momento para coger fuerzas, porque la obra, danza y teatro, requiere una buena preparación física, un buen estado del cuerpo. Cuando se levanta y se va, vuelves a ser consciente de las risitas de los de al lado, las carcajadas, el revuelo del patio de butacas.
Semanas después, por casualidad, la has visto en una serie de televisión que nunca ves. De golpe, en un par de planos, la has reconocido, y te has quedado con la boca abierta. Luego, has investigado un poco, conoces su nombre, algo de sus trabajos. Oh, sí, para parecerte a ti mismo perspicaz, te dices que ya pensabas que era mucho más que una chica bandera. Incluso mucho más que una chica que te gustó mucho. Nada más verla. ¿Cómo puede ser eso? Lo cierto es que fue así, que ella te escogió y ese beso te salvó. Salvó ese día, tal vez algunos días más, algunas tardes más. La has vuelto a ver hace un par de días en la tele, de promoción de la serie. Vestía de otra manera, de negro, no con aquel ligero vestidito. Pero su sonrisa y su acento eran los mismos. Los de esa mujer de la que no apartabas la vista en el pequeño escenario. Y vuelves a saborear su beso. De mentirijillas, es cierto, pero al fin y al cabo un beso de Valeria.